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El regreso del garrote
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El regreso del garrote
Makakikus 29.03.13 17:11
INVITADOJorge Luis Preciado*
2013-03-29 • AL FRENTE
Sería importante saber si la limpia va en serio o es otra demostración como las del siglo pasado, donde el Presidente utiliza la supremacía del Estado para legitimarse en el cargo.
• • •
“No tengo ángulo, soy feo, así soy, al secretario de Gobernación no solo se le debe tener respeto, sino un poco de miedo, soy lo suficientemente feo para que me tengan miedo”… Gustavo Díaz Ordaz
Pasaron cien días de que el presidente Peña Nieto llegó a la Presidencia de la República y prácticamente no ha cambiado nada en el país: las ejecuciones siguen en aumento, el Ejército en las calles, las autodefensas creciendo, el narco ni se ha enterado que ya hay nuevo presidente. De no ser por dos acontecimientos importantes que han sucedido en nuestro país, estos cien días de gobierno hubieran pasado inadvertidos y se hablaría de una Presidencia mediocre.
Ambos eventos, contradictorios entre sí, nos permiten vislumbrar el uso y abuso del aparato del Estado para premiar con la zanahoria o castigar con el garrote. La zanahoria es para Florence Cassez, quien fue puesta en libertad y sin el cargo de delito como premio a las relaciones de Francia con México. Por otro lado, el castigo del garrote se aplicó a Elba Esther Gordillo, por mostrar indisciplina ante el nuevo gobierno.
El sistema político mexicano durante muchos años funcionó de tal forma que el nuevo presidente desplegaba una campaña permanente para legitimar su gobierno, pues surgían de una elección simulada, producto de un sistema electoral controlado por el Estado, donde el partido dominante tenía garantizado el triunfo y no existía la competencia electoral. El nuevo intentaba demostrar que sepultando al anterior hacía valer su poder.
El mensaje iba dirigido a los opositores, pero principalmente para su antecesor y para todos los poderes fácticos, así que en los primeros meses de su gobierno realizaba actos de fuerza que dejaron en claro quién mandaba en el país.
Plutarco Elías Calles —fundador del Partido Nacional Revolucionario (PNR), abuelo del Partido Revolucionario Institucional (PRI)— permitió la reelección de Álvaro Obregón en 1928, pero no su toma de posesión. El sonorense murió semanas antes de ser nombrado presidente de la República otra vez. Calles dejó en claro dónde se ostentaba el poder en ese momento.
Al igual que el ex mandatario, cuando Lázaro Cárdenas del Río tomó el poder, en 1934, destituyó a casi todos los gobernadores a través de la desaparición de poderes, convencimiento u otros métodos menos ortodoxos, con el objetivo de quitar a los callistas y nombrar a los afines a él.
El caso más emblemático fue en Nuevo León, al desconocer el triunfo del hijo de del fundador del PNR, el general Calles; a partir de ese momento desplegó su poderío, que quedó completamente establecido dos años después, al enviar al exilio a Plutarco Elías Calles.
La llegada de Manuel Ávila Camacho no fue diferente, cambió gobernadores que no comulgaban con su grupo y cerró su sexenio con la sospechosa muerte de su hermano Maximino, quien pretendía heredar la Presidencia de la República. Lo mismo hicieron Miguel Alemán, quien en los primeros 8 meses cambió a 10 gobernadores sin razones fundadas, y Adolfo Ruiz Cortines, que asumió la Presidencia con siete gobernadores afines a él y concluyó con 28 leales.
A López Mateos le bastó la detención del líder ferrocarrilero Demetrio Vallejo, en 1959, para dejar en claro quién gobernaba. De Díaz Ordaz solo hay que recordar la represión contra los médicos en 1965 o la matanza de Tlatelolco en 1968. Su sucesor, Luis Echeverría, aplicó la misma táctica en la matanza de 10 de junio de 1971, y posteriormente vino la represión al periódico Excélsior en 1976.
López Portillo defendió “al peso como perro” de la continua intervención del ex presidente Echeverría dentro del gobierno. Pero cuando este último hizo declaraciones a los medios de comunicación, el secretario de Gobernación, Jesús Reyes Heroles, sugirió enviar al ex presidente lo más lejos posible con un cargo diplomático, primero en Francia como embajador de la Unesco y después desterrado en las Islas Fidji.
De Miguel de la Madrid podemos mencionar el desafuero, juicio y encarcelamiento del ex director de Petróleos Mexicanos y senador por Sonora Jorge Díaz Serrano, en julio de 1983. De igual manera, puso en prisión a Arturo Durazo Moreno, ex director de Policía y Tránsito del Distrito Federal y gran amigo del ex presidente López Portillo; su aprehensión se coordinó con el FBI, de Estados Unidos, y el comandante fue detenido en Puerto Rico en junio de 1984.
Después de la famosa caída del sistema, Carlos Salinas de Gortari necesitaba legitimarse ante el país, por lo que, tan pronto como se instaló en Los Pinos, ordenó la detención del líder petrolero Joaquín Hernández Galicia La Quina, así como la caída del líder del SNTE, Carlos Jonguitud Barrios, para imponer a la maestra Elba Esther Gordillo Morales.
A Ernesto Zedillo Ponce de León le bastó mandar a la cárcel al segundo hombre más poderoso del país del sexenio anterior, al hermano incómodo, Raúl Salinas de Gortari, quien fue acusado del homicidio de José Francisco Ruiz Massieu el 27 de septiembre de 1994. Con ello mandó a Carlos Salinas al exilio “voluntario” en Dublín, Irlanda.
Este recuento nos lleva una vez más a pensar que estamos regresando a la vieja escuela de “zanahoria o garrote”, olvidada por los gobiernos del PAN, y que una vez más se va aplicar la fuerza del Estado contra aquellos que se atrevan a poner en duda el “poder” del Presidente de la República.
La detención de Elba Esther Gordillo Morales inaugura de nueva cuenta lo que la historia nos ha enseñado: no importa el grado de corrupción, los desvíos de recursos, las protestas sindicales o la fuerza de los poderes fácticos, lo único que se valora es la lealtad o deslealtad al Presidente; a los primeros zanahoria, a los segundos garrote.
Elba Esther puede ser o no ser penalmente responsable, eso lo juzgará un juez, aunque ya haya sido condenada por la opinión pública y por el Presidente en un mensaje transmitido en cadena nacional. Lo que preocupa es quién sigue. ¿Es la única que se enriqueció al amparo del poder?
Sería interesante preguntarle a Enrique Peña Nieto qué hará con los líderes sindicales que aún se pasean por el Congreso de la Unión, o qué sigue para los ex gobernadores como Andrés Granier, de Tabasco, acusado de desvíos millonarios; o Rubén Moreira, en Coahuila, denunciado por enriquecimiento inexplicable; o Tomás Yarrington, señalado por supuestos vínculos con el crimen organizado.
Y finalmente, ¿qué va a suceder con todos aquellos gobernadores, alcaldes y funcionarios federales que abusaron y se enriquecieron al amparo del poder? ¿Qué harán con los que no rinden sus declaraciones patrimoniales completas u ocultan información para no evidenciar que se hicieron millonarios bajo la impunidad del Estado?
Sería importante saber si la limpia en el país va en serio o es otra demostración como las del siglo pasado, donde el Presidente de la República utiliza la supremacía del Estado para legitimarse en el cargo y, al mismo, tiempo enviar un mensaje de fuerza de “quien manda en el país”. O si necesita demostrar ante propios y extraños que imperará en México la “ley del garrote”, donde la zanahoria es para los amigos, mientras la PGR, Hacienda, Gobernación, la Unidad de Inteligencia Financiera y “el garrote”, para los enemigos.
Solo hay que recordar que el gobierno de Salinas empezó con el quinazo y concluyó con un saldo sangriento, un movimiento armado en Chiapas del EZLN, el asesinato de Luis Donaldo Colosio, candidato a la Presidencia, la muerte de Francisco Ruiz Massieu y el “suicidio” de su hermano Mario, el “error de diciembre” y la crisis económica más violenta de ese tiempo y un país totalmente en bancarrota. Esperemos que el gordillazo con el que inicia este sexenio no sea el preludio de lo que puede suceder al final del mismo, con el regreso del nuevo PRInosaurio.
*Senador del PAN.
2013-03-29 • AL FRENTE
Sería importante saber si la limpia va en serio o es otra demostración como las del siglo pasado, donde el Presidente utiliza la supremacía del Estado para legitimarse en el cargo.
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“No tengo ángulo, soy feo, así soy, al secretario de Gobernación no solo se le debe tener respeto, sino un poco de miedo, soy lo suficientemente feo para que me tengan miedo”… Gustavo Díaz Ordaz
Pasaron cien días de que el presidente Peña Nieto llegó a la Presidencia de la República y prácticamente no ha cambiado nada en el país: las ejecuciones siguen en aumento, el Ejército en las calles, las autodefensas creciendo, el narco ni se ha enterado que ya hay nuevo presidente. De no ser por dos acontecimientos importantes que han sucedido en nuestro país, estos cien días de gobierno hubieran pasado inadvertidos y se hablaría de una Presidencia mediocre.
Ambos eventos, contradictorios entre sí, nos permiten vislumbrar el uso y abuso del aparato del Estado para premiar con la zanahoria o castigar con el garrote. La zanahoria es para Florence Cassez, quien fue puesta en libertad y sin el cargo de delito como premio a las relaciones de Francia con México. Por otro lado, el castigo del garrote se aplicó a Elba Esther Gordillo, por mostrar indisciplina ante el nuevo gobierno.
El sistema político mexicano durante muchos años funcionó de tal forma que el nuevo presidente desplegaba una campaña permanente para legitimar su gobierno, pues surgían de una elección simulada, producto de un sistema electoral controlado por el Estado, donde el partido dominante tenía garantizado el triunfo y no existía la competencia electoral. El nuevo intentaba demostrar que sepultando al anterior hacía valer su poder.
El mensaje iba dirigido a los opositores, pero principalmente para su antecesor y para todos los poderes fácticos, así que en los primeros meses de su gobierno realizaba actos de fuerza que dejaron en claro quién mandaba en el país.
Plutarco Elías Calles —fundador del Partido Nacional Revolucionario (PNR), abuelo del Partido Revolucionario Institucional (PRI)— permitió la reelección de Álvaro Obregón en 1928, pero no su toma de posesión. El sonorense murió semanas antes de ser nombrado presidente de la República otra vez. Calles dejó en claro dónde se ostentaba el poder en ese momento.
Al igual que el ex mandatario, cuando Lázaro Cárdenas del Río tomó el poder, en 1934, destituyó a casi todos los gobernadores a través de la desaparición de poderes, convencimiento u otros métodos menos ortodoxos, con el objetivo de quitar a los callistas y nombrar a los afines a él.
El caso más emblemático fue en Nuevo León, al desconocer el triunfo del hijo de del fundador del PNR, el general Calles; a partir de ese momento desplegó su poderío, que quedó completamente establecido dos años después, al enviar al exilio a Plutarco Elías Calles.
La llegada de Manuel Ávila Camacho no fue diferente, cambió gobernadores que no comulgaban con su grupo y cerró su sexenio con la sospechosa muerte de su hermano Maximino, quien pretendía heredar la Presidencia de la República. Lo mismo hicieron Miguel Alemán, quien en los primeros 8 meses cambió a 10 gobernadores sin razones fundadas, y Adolfo Ruiz Cortines, que asumió la Presidencia con siete gobernadores afines a él y concluyó con 28 leales.
A López Mateos le bastó la detención del líder ferrocarrilero Demetrio Vallejo, en 1959, para dejar en claro quién gobernaba. De Díaz Ordaz solo hay que recordar la represión contra los médicos en 1965 o la matanza de Tlatelolco en 1968. Su sucesor, Luis Echeverría, aplicó la misma táctica en la matanza de 10 de junio de 1971, y posteriormente vino la represión al periódico Excélsior en 1976.
López Portillo defendió “al peso como perro” de la continua intervención del ex presidente Echeverría dentro del gobierno. Pero cuando este último hizo declaraciones a los medios de comunicación, el secretario de Gobernación, Jesús Reyes Heroles, sugirió enviar al ex presidente lo más lejos posible con un cargo diplomático, primero en Francia como embajador de la Unesco y después desterrado en las Islas Fidji.
De Miguel de la Madrid podemos mencionar el desafuero, juicio y encarcelamiento del ex director de Petróleos Mexicanos y senador por Sonora Jorge Díaz Serrano, en julio de 1983. De igual manera, puso en prisión a Arturo Durazo Moreno, ex director de Policía y Tránsito del Distrito Federal y gran amigo del ex presidente López Portillo; su aprehensión se coordinó con el FBI, de Estados Unidos, y el comandante fue detenido en Puerto Rico en junio de 1984.
Después de la famosa caída del sistema, Carlos Salinas de Gortari necesitaba legitimarse ante el país, por lo que, tan pronto como se instaló en Los Pinos, ordenó la detención del líder petrolero Joaquín Hernández Galicia La Quina, así como la caída del líder del SNTE, Carlos Jonguitud Barrios, para imponer a la maestra Elba Esther Gordillo Morales.
A Ernesto Zedillo Ponce de León le bastó mandar a la cárcel al segundo hombre más poderoso del país del sexenio anterior, al hermano incómodo, Raúl Salinas de Gortari, quien fue acusado del homicidio de José Francisco Ruiz Massieu el 27 de septiembre de 1994. Con ello mandó a Carlos Salinas al exilio “voluntario” en Dublín, Irlanda.
Este recuento nos lleva una vez más a pensar que estamos regresando a la vieja escuela de “zanahoria o garrote”, olvidada por los gobiernos del PAN, y que una vez más se va aplicar la fuerza del Estado contra aquellos que se atrevan a poner en duda el “poder” del Presidente de la República.
La detención de Elba Esther Gordillo Morales inaugura de nueva cuenta lo que la historia nos ha enseñado: no importa el grado de corrupción, los desvíos de recursos, las protestas sindicales o la fuerza de los poderes fácticos, lo único que se valora es la lealtad o deslealtad al Presidente; a los primeros zanahoria, a los segundos garrote.
Elba Esther puede ser o no ser penalmente responsable, eso lo juzgará un juez, aunque ya haya sido condenada por la opinión pública y por el Presidente en un mensaje transmitido en cadena nacional. Lo que preocupa es quién sigue. ¿Es la única que se enriqueció al amparo del poder?
Sería interesante preguntarle a Enrique Peña Nieto qué hará con los líderes sindicales que aún se pasean por el Congreso de la Unión, o qué sigue para los ex gobernadores como Andrés Granier, de Tabasco, acusado de desvíos millonarios; o Rubén Moreira, en Coahuila, denunciado por enriquecimiento inexplicable; o Tomás Yarrington, señalado por supuestos vínculos con el crimen organizado.
Y finalmente, ¿qué va a suceder con todos aquellos gobernadores, alcaldes y funcionarios federales que abusaron y se enriquecieron al amparo del poder? ¿Qué harán con los que no rinden sus declaraciones patrimoniales completas u ocultan información para no evidenciar que se hicieron millonarios bajo la impunidad del Estado?
Sería importante saber si la limpia en el país va en serio o es otra demostración como las del siglo pasado, donde el Presidente de la República utiliza la supremacía del Estado para legitimarse en el cargo y, al mismo, tiempo enviar un mensaje de fuerza de “quien manda en el país”. O si necesita demostrar ante propios y extraños que imperará en México la “ley del garrote”, donde la zanahoria es para los amigos, mientras la PGR, Hacienda, Gobernación, la Unidad de Inteligencia Financiera y “el garrote”, para los enemigos.
Solo hay que recordar que el gobierno de Salinas empezó con el quinazo y concluyó con un saldo sangriento, un movimiento armado en Chiapas del EZLN, el asesinato de Luis Donaldo Colosio, candidato a la Presidencia, la muerte de Francisco Ruiz Massieu y el “suicidio” de su hermano Mario, el “error de diciembre” y la crisis económica más violenta de ese tiempo y un país totalmente en bancarrota. Esperemos que el gordillazo con el que inicia este sexenio no sea el preludio de lo que puede suceder al final del mismo, con el regreso del nuevo PRInosaurio.
*Senador del PAN.
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