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Michoacán: ¿”Vandalismo” o guerra civil?
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Michoacán: ¿”Vandalismo” o guerra civil?
Skorpio 30.10.13 22:44
Michoacán: ¿”Vandalismo” o guerra civil?
Imagínense cómo fueron los atentados a las 18 subestaciones de la Comisión Federal de Electricidad (CFE). Tuvieron que haber movilizado grupos de 10 a 20 personas por cada punto estratégico. Debieron estar en contacto vía radio y celulares (de preferencia los primeros que son más difíciles de ubicar).
Debieron haber asistido a entrenamientos previos y recibir instrucciones precisas de cómo organizarse, cómo mantener la vigilancia, cómo recibir las órdenes adecuadas y cómo atacar. Posiblemente, porque no se sabe a ciencia cierta, participaron cientos de personas armadas.
El resultado es el que conocemos: casi medio millón de michoacanos se quedaron sin energía eléctrica. El martes, la Secretaría de Gobernación (Segob) introdujo en el vocablo de la guerra un nuevo término: “vandalismo”.
Fausto Vallejo Figueroa, Gobernador de Michoacán cuando no está enfermo, retomó el término en pláticas con los medios e insistió: “es vandalismo”. Vandalismo, hasta donde usted y yo sabemos, es lo que hacen los chamacos que se juntan en la esquina del barrio: rayan paredes, le gritan palabras nada halagadoras a las mujeres, fuman marihuana, se toman sus caguamas, rompen vidrios y prenden una lumbrada en alguna casa abandonada en donde, si se puede, se besuquean.
Eso es vandalismo, más o menos. Lo que Michoacán vio el domingo pasado fueron actos terroristas de fuerzas paramilitares con capacidad de organización y de fuego, financiadas muy probablemente con dinero del brazo criminal que vende drogas. Por más que quieran llamarle “vandalismo”, cualquier individuo con un centímetro de frente sabrá que eso se le parece más a una guerrilla que a un grupo de esquineros y facinerosos.
Si algo ha caracterizado la guerra contra las drogas desde los días de Felipe Calderón Hinojosa y hasta la fecha es que se busca minimizar el tamaño del crimen organizado. Pero eso no es una respuesta que genere efectos positivos.
De otra manera, las muertes por el crimen organizado habrían disminuido y esta guerra habría terminado. Michoacán vive uno de los momentos más críticos desde los primeros combates callejeros en el primer y segundo años del gobierno de Felipe Calderón. Y como ya vimos, ocultar cifras y minimizar hechos no consiguen la paz. Lo mejor sería, para todos, que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y la Secretaría de Gobernación aceptaran que la permanencia de Fausto Vallejo, un hombre posiblemente de buena voluntad pero totalmente desfasado, no ayuda a resolver el problema michoacano.
No ayuda, por ejemplo, que no tenga a la mano las cifras de los muertos, provocados por los enfrentamientos que, desde el domingo pasado, se han dado entre el Cártel Jalisco Nueva Generación y el de Los Caballeros Templarios contra los integrantes de las policías comunitarias en la región de Tierra Caliente de esa entidad.
No ayuda que entre en un debate de cifras con los comunitarios, que sí viven en esa zona devorada por la violencia, y que aseguran que, hasta ayer por la mañana, tenían registrados 23 muertos. Pero Vallejo, con poca claridad, respondió que eran cinco los decesos y que, además, son producto de “actos vandálicos indiscutiblemente”.
Además, aseguró, de los 213 municipios del estado sólo cinco tienen problemas de seguridad. Horas después, la realidad puso de nuevo en entredicho las declaraciones del Gobernador: en La Piedad aparecieron cinco cadáveres dentro de una camioneta pick-up. Los cinco presentaban múltiples impactos de bala.
La crisis de Michoacán ha demandado la atención de todos los partidos políticos. La oposición ha criticado duramente al gobierno de Fausto Vallejo –recientemente incorporado, tras seis meses de permiso por problemas de salud– y ha pedido incluso la desaparición de poderes en el estado, mientras que el PRI lo defiende con todo. Vallejo Figueroa, en tanto, ha dado muestras de conocer poco y de, en línea con la estrategia federal, minimizar el tamaño de la tragedia que se vive en esa entidad.
Es de tontos pensar que el uso del término “vandalismo” va a traernos tranquilidad a todos.
Michoacán vive casi una guerra civil. Llamarlo de otra manera resulta ineficaz e irresponsable.
: http://www.sinembargo.mx/opinion/30-10-2013/18613.
Imagínense cómo fueron los atentados a las 18 subestaciones de la Comisión Federal de Electricidad (CFE). Tuvieron que haber movilizado grupos de 10 a 20 personas por cada punto estratégico. Debieron estar en contacto vía radio y celulares (de preferencia los primeros que son más difíciles de ubicar).
Debieron haber asistido a entrenamientos previos y recibir instrucciones precisas de cómo organizarse, cómo mantener la vigilancia, cómo recibir las órdenes adecuadas y cómo atacar. Posiblemente, porque no se sabe a ciencia cierta, participaron cientos de personas armadas.
El resultado es el que conocemos: casi medio millón de michoacanos se quedaron sin energía eléctrica. El martes, la Secretaría de Gobernación (Segob) introdujo en el vocablo de la guerra un nuevo término: “vandalismo”.
Fausto Vallejo Figueroa, Gobernador de Michoacán cuando no está enfermo, retomó el término en pláticas con los medios e insistió: “es vandalismo”. Vandalismo, hasta donde usted y yo sabemos, es lo que hacen los chamacos que se juntan en la esquina del barrio: rayan paredes, le gritan palabras nada halagadoras a las mujeres, fuman marihuana, se toman sus caguamas, rompen vidrios y prenden una lumbrada en alguna casa abandonada en donde, si se puede, se besuquean.
Eso es vandalismo, más o menos. Lo que Michoacán vio el domingo pasado fueron actos terroristas de fuerzas paramilitares con capacidad de organización y de fuego, financiadas muy probablemente con dinero del brazo criminal que vende drogas. Por más que quieran llamarle “vandalismo”, cualquier individuo con un centímetro de frente sabrá que eso se le parece más a una guerrilla que a un grupo de esquineros y facinerosos.
Si algo ha caracterizado la guerra contra las drogas desde los días de Felipe Calderón Hinojosa y hasta la fecha es que se busca minimizar el tamaño del crimen organizado. Pero eso no es una respuesta que genere efectos positivos.
De otra manera, las muertes por el crimen organizado habrían disminuido y esta guerra habría terminado. Michoacán vive uno de los momentos más críticos desde los primeros combates callejeros en el primer y segundo años del gobierno de Felipe Calderón. Y como ya vimos, ocultar cifras y minimizar hechos no consiguen la paz. Lo mejor sería, para todos, que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y la Secretaría de Gobernación aceptaran que la permanencia de Fausto Vallejo, un hombre posiblemente de buena voluntad pero totalmente desfasado, no ayuda a resolver el problema michoacano.
No ayuda, por ejemplo, que no tenga a la mano las cifras de los muertos, provocados por los enfrentamientos que, desde el domingo pasado, se han dado entre el Cártel Jalisco Nueva Generación y el de Los Caballeros Templarios contra los integrantes de las policías comunitarias en la región de Tierra Caliente de esa entidad.
No ayuda que entre en un debate de cifras con los comunitarios, que sí viven en esa zona devorada por la violencia, y que aseguran que, hasta ayer por la mañana, tenían registrados 23 muertos. Pero Vallejo, con poca claridad, respondió que eran cinco los decesos y que, además, son producto de “actos vandálicos indiscutiblemente”.
Además, aseguró, de los 213 municipios del estado sólo cinco tienen problemas de seguridad. Horas después, la realidad puso de nuevo en entredicho las declaraciones del Gobernador: en La Piedad aparecieron cinco cadáveres dentro de una camioneta pick-up. Los cinco presentaban múltiples impactos de bala.
La crisis de Michoacán ha demandado la atención de todos los partidos políticos. La oposición ha criticado duramente al gobierno de Fausto Vallejo –recientemente incorporado, tras seis meses de permiso por problemas de salud– y ha pedido incluso la desaparición de poderes en el estado, mientras que el PRI lo defiende con todo. Vallejo Figueroa, en tanto, ha dado muestras de conocer poco y de, en línea con la estrategia federal, minimizar el tamaño de la tragedia que se vive en esa entidad.
Es de tontos pensar que el uso del término “vandalismo” va a traernos tranquilidad a todos.
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