Una crisis de gobernabilidad

MICHEL 17.10.14 6:46

Una crisis de gobernabilidad

JOSÉ ANTONIO CABALLERO JUÁREZ -
Investigador de la División de Estudios Jurídicos, CIDE.

Los terribles acontecimientos ocurridos en Iguala vuelven a traer al debate el tema del funcionamiento de las policías municipales. Inmediatamente se señaló la necesidad de articular el mando único. ¿De veras el mando único va a resolver estos problemas? Si su establecimiento fuera la solución, entonces también podemos hablar de mando único para los presidentes municipales.

En estos casos, la atención ha de centrarse en los gobernadores. Si éstos no funcionan, pues mando único para los gobernadores. En materia de derechos humanos, el tema es semejante. Las comisiones estatales de derechos humanos tienen problemas de credibilidad. Entonces le damos atribuciones a la Comisión Nacional de Derechos Humanos. Y ahora que la CNDH también tiene problemas de credibilidad, ¿a quién se recurre?

La idea del mando único no es ni buena ni mala. Se trata de una propuesta de reestructuración de la jerarquía en los cuerpos de policía. Otra cosa es pensar que el mando único per se va a resolver todos los problemas. En primer lugar, lo que se debe tener muy claro es qué problemas se pretenden resolver. Cuando se habla de policías municipales, la discusión debe incluir necesariamente temas que afectan a las comunidades a las que esas policías deben servir.

De esta manera, si el problema, por ejemplo, son los asaltos a transeúntes, lo que se espera es que la policía tenga capacidad para prevenir estos delitos. La cuestión aquí es determinar si el mando único puede servir para resolver este problema.

Pensar que el mando único hubiera evitado las violaciones a los derechos humanos que se cometieron en Iguala es ingenua, por decir lo menos. El ejército cuenta con mando único y ahí está el caso Tlatlaya. El problema está en otra parte. La supervisión, la rendición de cuentas y la determinación de responsabilidades en la operación de los cuerpos de seguridad puede ser un punto de partida.

El mando único se ha convertido en un dogma dentro del debate público. Lo mismo ocurrió con los controles de confianza. El paso del tiempo ha mostrado los límites de los controles de confianza como una alternativa para la selección y permanencia en las corporaciones de seguridad pública. Antes de seguir obcecados en la implementación de dogmas es necesario hacer un verdadero ejercicio de diseño de una política pública. Para ese efecto se deben definir con claridad los problemas que se pretenden resolver.

Detrás de la retórica de mando único está el combate a la delincuencia organizada. ¿Se espera que las policías municipales se conviertan en la primera línea de fuego contra la delincuencia organizada? ¿Qué más se espera de ellas? En este modelo, el policía del barrio portará un rifle de asalto y será relevado periódicamente para evitar que sea capturado. Así es imposible articular cualquier tipo de enfoque de cercanía. El planteamiento no reconoce siquiera la enorme diversidad existente entre los municipos del país.

El mismo molde para todos. Que alguien le explique a las policías municipales que sí funcionan que esto es una buena idea.

¿No será que el problema está en otra parte? La gobernabilidad municipal, y en muchos casos la estatal, están en crisis. Pensar que la culpa es de las policías es desviar la atención. Mientras prevalezcan la ausencia de responsabilidad, la autocomplacencia y la corrupción, los cambios en las policías poco lograrán.

La mayor parte de los integrantes de los cuerpos de seguridad en México son víctimas del abandono institucional y de la desconfianza de la ciudadanía. Se trata de mujeres y hombres que dedican su vida a la función. Si mueren en el servicio sospechamos de ellos. Si los despiden es porque no eran de fiar. Si hacen algo bueno seguro fue por casualidad. La situación de los policías en México es precaria.

Empecemos por reconocer ese problema y remediémoslo. Desde luego que no tiene defensa lo ocurrido en Iguala, pero los hechos trascienden a sus autores materiales.

Los policías aquí, al igual que en la mayor parte de los casos, son el último eslabón de la cadena. Es más fácil facturarles a ellos los costos y lanzar la enésima campaña de reclutamiento, capacitación y controles de confianza. ¿Para qué, si los vamos a volver a abandonar? Más allá de las grandes reformas, se requiere reestablecer la relación de las policías con la ciudanía y con sus mandos.

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