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Un padrote nunca se enamora: Tenancingo, Tlaxcala. La cuna de la trata de personas en México.
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Un padrote nunca se enamora: Tenancingo, Tlaxcala. La cuna de la trata de personas en México.
Un padrote nunca se enamora
San Miguel Tenancingo, Tlaxcala– Para ser honestos, Kalimán es un tipo feo, muy feo. Él mismo me lo dirá apenas se aparezca por el paupérrimo bar y regañe a una joven prostituta que ha perdido ya lo mejor de ella. Por eso, porque Kalimán es feo, le preguntaré cómo se convirtió en padrote. Él soltará una sonrisa ambigua y contestará con un rústico lenguaje: “La medecina, mi buen, la medecina”. Creeré que habla del Viagra, pero no. Kalimán aludirá a un menjurje del que sólo sabrá que provoca vómitos y diarreas interminables. “La medecina se lo doy a las viejas en el trago o en la comida, y nunca me han abandonado las cabronas”.
—¿Es brujería? —lo interrumpirá su compadre, un politiquillo que me llevará con Kalimán.
—No, compadre. Nosotros le encomendamos la medecina a la Santa Muerte. Brujería sería otra cosa, ¿qué no? —y Kalimán nos mirará como buscando complicidad. A mí sólo se me ocurrirá preguntarle si la medicina es la única carta que se juegan los padrotes.
—Bueno, el verbo también importa un chingo y yo tengo harta saliva, ¿verdá, compadre? -dirá Kalimán cuando desabroche los tres últimos botones de su camisa y deje al descubierto la medalla de la Santa Muerte que siempre trae colgada al cuello–. Cuando encuentro buena mercancía, lo primero que hago es terapiarla, le digo que es lo mejor que me ha pasado, que vamos a tener hijos y viviremos como Dios manda. O sea, entusiasmas a la vieja, la haces vivir tus sueños pa’que ella no tenga. En dos meses, y no más porque’ntonces eso ya no es negocio, la consiento, le regalo flores, ropa, dinero. Luego visito a sus papás y a ellos les llevo una despensa o cosas que me hagan ver como un güey buena onda. Veo sus necesidades y de ai me agarro pa saber si nomás me robo a la vieja o me caso con ella. Puro verbo, ¿verdá, compadre?
—¿Y después, Kalimán?
—Después te casas por todas las leyes y enseguida la vistes de puta. Ora que si no quiere putiar por las buenas, la madreo o le digo que voy a ir a matar a sus papás. Y ella, como además se siente manchada porque ya la desfloré, pos se queda.
¿Nunca te has enamorado de una de tus mujeres, Kalimán?
—Nunca. Aquí debes matar el sentimiento, porque el que tiene corazón de pollo, fracasa, la caga.
Todo eso, sin embargo, lo sabré hasta dentro de unos días, cuando Kalimán regrese de Nueva York, donde prostituye a dos de sus esposas. Ahorita, por lo pronto, estoy con un abogado que usa un reloj de tres mil dólares, y que por no menos de 100 mil dólares suele defender a los lenones. “Desde hace mucho le escupo a la ley en la jeta”, me dijo apenas lo saludé y yo lo vi como un descaro que se salía de todo libreto. Probablemente este abogado merece que le retuerzan el pescuezo. Pero tendrá que ser en otra ocasión. Esta noche ha aceptado ser mi Marco Polo en San Miguel Tenancingo, La Meca de los padrotes.
La Meca de los padrotes
El abogado enciende las luces del auto y pone el drive. Para empezar se dirige a lo que acá llaman la Vía Corta, una carretera mordisqueada que une a Puebla con Tlaxcala. “Desde este semáforo vas a ver paradas a las putitas”, dice el abogado como si putitas fuera su única manera de llamar a aquellas jovencitas con los senos y la esperanza a la deriva. Jovencitas de pueblos de Oaxaca, Chiapas, Veracruz y de Guerrero que trabajan hasta 20 horas al día y que, seguro, han abortado al menos en una ocasión.
“En todos los bares y hoteles que ves sobre la carretera, están sus padrotes, desde ahí las están checando; a esos cabrones no se les escapa nada”. La comodidad de los clientes, sin embargo, sí se les escapa: los hoteles son cuartuchos donde apenas caben los bichos y las sábanas hierven a escabiasis.
Acelera.
Entonces llegamos a la calle Ayuntamiento. “Bienvenido a Tenancingo”, dice el abogado y, según su cultura, me cuenta qué significado tiene en náhuatl la palabra Tenancingo: “Aquí se trata a las señoritas como putas y a las putas como señoritas”.
Conforme avanza el auto, el abogado va hablando como esos guías que al turista le cuentan las historias como si trajeran una grabadora en la boca. “La casa que estamos viendo es muy parecida a las de la mayoría en Tenancingo: absurdas, enormes porque ellos se sienten grandes, costosas y de muy mal gusto. Un arquitecto poblano me dijo que algunos padrotes han gastado hasta dos millones de dólares en una sola construcción, que por dentro los acabados son necedades y que incluso unos tienen tigres de bengala, elevador y piscina. El abogado ha entrado a algunas de esas propiedades. De una recuerda que tiene cuatro pisos, pero subterráneos. De otra se acuerda porque, sobre el piso de la sala, el padrote grabó en oro las iniciales de sus apellidos. Hay otras, según él, que tienen gimnasios y hasta pequeñas salas de cine. Pero la que nunca olvida es una donde todo es de mármol.
El abogado ya está hablándome de los niños aquellos de la esquina, los que no han dejado de vernos. “Son halconcillos”, dice el abogado como si estuviera platicando de la lluvia que se avecina. “El 60 por ciento del pueblo se dedica a la trata de personas, así que imagínate si no van a estar cuidando quién entra y quién sale”.
Si el abogado no miente —y al parecer no lo hace— casi seis mil habitantes, de una u otra forma, trabajan en este negocio. De éstos, según las estimaciones de autoridades de Tlaxcala y de los propios habitantes de Tenancingo, unos tres mil son padrotes. “Tres mil cabrones que necesitan a gente como yo”, me dice el abogado y yo evocó un dato que ha dado el Centro Fray Julián Garcés, el único socorro que tienen en Tlaxcala las mujeres que quieren huir del padrote: de 120 denuncias que ha habido este año, la procuraduría del estado solo ha atendido cuatro casos.
—Leí que el alcalde anda enojado, que le parece muy injusto que Tenancingo esté marcado —le digo al abogado.
—Este pueblo tiene gente muy buena, la verdad, pero qué se le hace cuando la mala es más.
Otra vez a acelerar.
Entonces recuerdo la historia de cómo este pueblo se convirtió en La Meca de los padrotes:
Años sesenta: la industria textilera en Tlaxcala se hunde, las mujeres emigran a la Ciudad de México, se contratan como sirvientas, y los hombres se van a Estados Unidos a sudar como una regadera. Años setenta: los hombres de Tenancingo, San Luis y Zacatelco, todos en la zona sur de Tlaxcala, no quieren resignarse a la mediocridad y vuelven del primer mundo a sus pueblos. Traen ideas revolucionarias: prostituir a sus esposas, sus hermanas y cuanta mujer se les atraviese. Entonces la prostitución, como la miseria, se disparará en el campo. Hoy, la mayoría de los hombres de Tenancingo pueden tener las esposas que quieran, comprar a un policía y a un juez por el doble, vestirse de Lacoste, ponerse lucecitas en el pelo, colgarse mucho oro como si el que traen en los dientes no fuera suficiente, y presumir un Camaro del color más horrendo.
De nuevo a acelerar.
—¿Esas casitas de quiénes son? —le pregunto al abogado cuando casi salimos del pueblo.
—No son casitas, son mausoleos, es el panteón —responde. Cuando un padrote muere lo entierran con sus joyas, su ropa y hasta le echan vino. Son igualitos a los entierros de los narcos, ¿a poco no?
—¿Y aquí no hay narcos?
—Todo está inundado de Zetas. Ahorita traen pleito. Los Zetas quieren quedarse con el negocio y los padrotes no aflojan. Ha habido mucho muertito, pero eso no sale en las noticias.
Enganchadas en agencias de empleo
Me preguntas cómo le hago con las viejas y te lo voy a contar, rapidito: algunos padrotes se mueven en las centrales camioneras, como la Tapo o la Capu; otros en los antros o en las universidades de Puebla; unos se jalan pa’los pueblos, pero yo no. Yo me muevo en las agencias de trabajo. Hay una en Puebla. Se llama Limpieza Profunda. Ai van un resto de viejas bonitas, jovencitas y con un chingo de carencias. Yo las analizo, las estudio bien pa’encontrar a la más necesitada. Llego y le digo que ando buscando sirvienta, que salgo mucho por negocios y que la quiero de tiempo entero. Me la llevo a mi casa, en Tenancingo, conoce a mi familia y en poquitos días, después de que mi mamá y yo la terapiamos, ya es mi novia. En chinga me la llevo a Tijuana con el cuento de que allá tengo bisnes. La dejo en una casa con unas putas que la van terapiando y yo me salgo todo el día a jugar billar o a andar por ai con los amigos. Como a los tres o cuatro días le digo que me está yendo mal, que me siento frustrado, que la casa que le prometí no se la podré comprar. Como pa’ntonces ella ya está enculada y terapiada por las otras, me pregunta que en qué puede ayudarme y es ahí cuando le suelto el sablazo y le digo que una comadre se metió de puta, pero nomás fue en lo que sacó pa’comprarse su casa. Hay viejas que le entran en chinga al negocio, pero otras no, son como más necias. Y ai entra el plan b: más terapia. La aconsejan tu mamá, tus hermanas, tus primas. Todas le echan montón. Y así, de la nada, un día la vieja te dice que va, que se va a putiar, pero que lo hace por amor a ti. Tú le agradeces esa noche con harto setso, nomás que en el fondo sabes que ya se chingó. Ha habido viejas que me han reclamado y yo les he dicho: “Yo nunca te obligué”. Y ellas, cuando ven cómo fueron las cosas, entienden que su único error fue ser pendejas.
‘Es por necesidad’
—Perdón que te lo diga —me disculpo—, pero por todo lo que he escuchado, se me ha ocurrido una definición de padrote: un tipo que es capaz de llevar a una mujer hasta el abismo.
—Es que tú, mi buen, lo estás viendo por el lado de la mujer, del sentimiento. Y no es así. Un padrote es un cabrón que trabaja con la necesidá. La necesidá de las viejas que no tienen ni pa’comer. La necesidá del hombre. La necesidá de las pinches autoridades que, ora con esa puta ley de trata de personas, nomás encarecieron las mordidas. ¡Ochocientos mil pesos por librar cada operativo! Imagínate nomás. O sea, todo es necesidá. Hasta la mía, porque yo también debo comer —dice Kalimán y yo no sé si debo golpearlo o largarme de ahí.
—¿Tienes hijos?
—Seis. De una vieja son dos, de la otra son también dos, y con las dos viejas que tengo de putas en el gabacho tuve a las niñas.
—¿Alguno de tus hijos está en el negocio?
—Apenas al grandecito le di una chamaquita pa’que la padrotiara. Yo quise que fuera a la universidá, pero me salió burro y flojo.
Ignoro si Kalimán es un mal padre. En un estudio, “Proyecto de vida de niños y adolescentes de Tenancingo”, respaldado por la Universidad Autónoma de Tlaxcala y hecho en primarias y secundarias, uno de cada cinco chicos respondieron: “Quiero ser padrote”.
San Miguel Tenancingo, Tlaxcala– Para ser honestos, Kalimán es un tipo feo, muy feo. Él mismo me lo dirá apenas se aparezca por el paupérrimo bar y regañe a una joven prostituta que ha perdido ya lo mejor de ella. Por eso, porque Kalimán es feo, le preguntaré cómo se convirtió en padrote. Él soltará una sonrisa ambigua y contestará con un rústico lenguaje: “La medecina, mi buen, la medecina”. Creeré que habla del Viagra, pero no. Kalimán aludirá a un menjurje del que sólo sabrá que provoca vómitos y diarreas interminables. “La medecina se lo doy a las viejas en el trago o en la comida, y nunca me han abandonado las cabronas”.
—¿Es brujería? —lo interrumpirá su compadre, un politiquillo que me llevará con Kalimán.
—No, compadre. Nosotros le encomendamos la medecina a la Santa Muerte. Brujería sería otra cosa, ¿qué no? —y Kalimán nos mirará como buscando complicidad. A mí sólo se me ocurrirá preguntarle si la medicina es la única carta que se juegan los padrotes.
—Bueno, el verbo también importa un chingo y yo tengo harta saliva, ¿verdá, compadre? -dirá Kalimán cuando desabroche los tres últimos botones de su camisa y deje al descubierto la medalla de la Santa Muerte que siempre trae colgada al cuello–. Cuando encuentro buena mercancía, lo primero que hago es terapiarla, le digo que es lo mejor que me ha pasado, que vamos a tener hijos y viviremos como Dios manda. O sea, entusiasmas a la vieja, la haces vivir tus sueños pa’que ella no tenga. En dos meses, y no más porque’ntonces eso ya no es negocio, la consiento, le regalo flores, ropa, dinero. Luego visito a sus papás y a ellos les llevo una despensa o cosas que me hagan ver como un güey buena onda. Veo sus necesidades y de ai me agarro pa saber si nomás me robo a la vieja o me caso con ella. Puro verbo, ¿verdá, compadre?
—¿Y después, Kalimán?
—Después te casas por todas las leyes y enseguida la vistes de puta. Ora que si no quiere putiar por las buenas, la madreo o le digo que voy a ir a matar a sus papás. Y ella, como además se siente manchada porque ya la desfloré, pos se queda.
¿Nunca te has enamorado de una de tus mujeres, Kalimán?
—Nunca. Aquí debes matar el sentimiento, porque el que tiene corazón de pollo, fracasa, la caga.
Todo eso, sin embargo, lo sabré hasta dentro de unos días, cuando Kalimán regrese de Nueva York, donde prostituye a dos de sus esposas. Ahorita, por lo pronto, estoy con un abogado que usa un reloj de tres mil dólares, y que por no menos de 100 mil dólares suele defender a los lenones. “Desde hace mucho le escupo a la ley en la jeta”, me dijo apenas lo saludé y yo lo vi como un descaro que se salía de todo libreto. Probablemente este abogado merece que le retuerzan el pescuezo. Pero tendrá que ser en otra ocasión. Esta noche ha aceptado ser mi Marco Polo en San Miguel Tenancingo, La Meca de los padrotes.
La Meca de los padrotes
El abogado enciende las luces del auto y pone el drive. Para empezar se dirige a lo que acá llaman la Vía Corta, una carretera mordisqueada que une a Puebla con Tlaxcala. “Desde este semáforo vas a ver paradas a las putitas”, dice el abogado como si putitas fuera su única manera de llamar a aquellas jovencitas con los senos y la esperanza a la deriva. Jovencitas de pueblos de Oaxaca, Chiapas, Veracruz y de Guerrero que trabajan hasta 20 horas al día y que, seguro, han abortado al menos en una ocasión.
“En todos los bares y hoteles que ves sobre la carretera, están sus padrotes, desde ahí las están checando; a esos cabrones no se les escapa nada”. La comodidad de los clientes, sin embargo, sí se les escapa: los hoteles son cuartuchos donde apenas caben los bichos y las sábanas hierven a escabiasis.
Acelera.
Entonces llegamos a la calle Ayuntamiento. “Bienvenido a Tenancingo”, dice el abogado y, según su cultura, me cuenta qué significado tiene en náhuatl la palabra Tenancingo: “Aquí se trata a las señoritas como putas y a las putas como señoritas”.
Conforme avanza el auto, el abogado va hablando como esos guías que al turista le cuentan las historias como si trajeran una grabadora en la boca. “La casa que estamos viendo es muy parecida a las de la mayoría en Tenancingo: absurdas, enormes porque ellos se sienten grandes, costosas y de muy mal gusto. Un arquitecto poblano me dijo que algunos padrotes han gastado hasta dos millones de dólares en una sola construcción, que por dentro los acabados son necedades y que incluso unos tienen tigres de bengala, elevador y piscina. El abogado ha entrado a algunas de esas propiedades. De una recuerda que tiene cuatro pisos, pero subterráneos. De otra se acuerda porque, sobre el piso de la sala, el padrote grabó en oro las iniciales de sus apellidos. Hay otras, según él, que tienen gimnasios y hasta pequeñas salas de cine. Pero la que nunca olvida es una donde todo es de mármol.
El abogado ya está hablándome de los niños aquellos de la esquina, los que no han dejado de vernos. “Son halconcillos”, dice el abogado como si estuviera platicando de la lluvia que se avecina. “El 60 por ciento del pueblo se dedica a la trata de personas, así que imagínate si no van a estar cuidando quién entra y quién sale”.
Si el abogado no miente —y al parecer no lo hace— casi seis mil habitantes, de una u otra forma, trabajan en este negocio. De éstos, según las estimaciones de autoridades de Tlaxcala y de los propios habitantes de Tenancingo, unos tres mil son padrotes. “Tres mil cabrones que necesitan a gente como yo”, me dice el abogado y yo evocó un dato que ha dado el Centro Fray Julián Garcés, el único socorro que tienen en Tlaxcala las mujeres que quieren huir del padrote: de 120 denuncias que ha habido este año, la procuraduría del estado solo ha atendido cuatro casos.
—Leí que el alcalde anda enojado, que le parece muy injusto que Tenancingo esté marcado —le digo al abogado.
—Este pueblo tiene gente muy buena, la verdad, pero qué se le hace cuando la mala es más.
Otra vez a acelerar.
Entonces recuerdo la historia de cómo este pueblo se convirtió en La Meca de los padrotes:
Años sesenta: la industria textilera en Tlaxcala se hunde, las mujeres emigran a la Ciudad de México, se contratan como sirvientas, y los hombres se van a Estados Unidos a sudar como una regadera. Años setenta: los hombres de Tenancingo, San Luis y Zacatelco, todos en la zona sur de Tlaxcala, no quieren resignarse a la mediocridad y vuelven del primer mundo a sus pueblos. Traen ideas revolucionarias: prostituir a sus esposas, sus hermanas y cuanta mujer se les atraviese. Entonces la prostitución, como la miseria, se disparará en el campo. Hoy, la mayoría de los hombres de Tenancingo pueden tener las esposas que quieran, comprar a un policía y a un juez por el doble, vestirse de Lacoste, ponerse lucecitas en el pelo, colgarse mucho oro como si el que traen en los dientes no fuera suficiente, y presumir un Camaro del color más horrendo.
De nuevo a acelerar.
—¿Esas casitas de quiénes son? —le pregunto al abogado cuando casi salimos del pueblo.
—No son casitas, son mausoleos, es el panteón —responde. Cuando un padrote muere lo entierran con sus joyas, su ropa y hasta le echan vino. Son igualitos a los entierros de los narcos, ¿a poco no?
—¿Y aquí no hay narcos?
—Todo está inundado de Zetas. Ahorita traen pleito. Los Zetas quieren quedarse con el negocio y los padrotes no aflojan. Ha habido mucho muertito, pero eso no sale en las noticias.
Enganchadas en agencias de empleo
Me preguntas cómo le hago con las viejas y te lo voy a contar, rapidito: algunos padrotes se mueven en las centrales camioneras, como la Tapo o la Capu; otros en los antros o en las universidades de Puebla; unos se jalan pa’los pueblos, pero yo no. Yo me muevo en las agencias de trabajo. Hay una en Puebla. Se llama Limpieza Profunda. Ai van un resto de viejas bonitas, jovencitas y con un chingo de carencias. Yo las analizo, las estudio bien pa’encontrar a la más necesitada. Llego y le digo que ando buscando sirvienta, que salgo mucho por negocios y que la quiero de tiempo entero. Me la llevo a mi casa, en Tenancingo, conoce a mi familia y en poquitos días, después de que mi mamá y yo la terapiamos, ya es mi novia. En chinga me la llevo a Tijuana con el cuento de que allá tengo bisnes. La dejo en una casa con unas putas que la van terapiando y yo me salgo todo el día a jugar billar o a andar por ai con los amigos. Como a los tres o cuatro días le digo que me está yendo mal, que me siento frustrado, que la casa que le prometí no se la podré comprar. Como pa’ntonces ella ya está enculada y terapiada por las otras, me pregunta que en qué puede ayudarme y es ahí cuando le suelto el sablazo y le digo que una comadre se metió de puta, pero nomás fue en lo que sacó pa’comprarse su casa. Hay viejas que le entran en chinga al negocio, pero otras no, son como más necias. Y ai entra el plan b: más terapia. La aconsejan tu mamá, tus hermanas, tus primas. Todas le echan montón. Y así, de la nada, un día la vieja te dice que va, que se va a putiar, pero que lo hace por amor a ti. Tú le agradeces esa noche con harto setso, nomás que en el fondo sabes que ya se chingó. Ha habido viejas que me han reclamado y yo les he dicho: “Yo nunca te obligué”. Y ellas, cuando ven cómo fueron las cosas, entienden que su único error fue ser pendejas.
‘Es por necesidad’
—Perdón que te lo diga —me disculpo—, pero por todo lo que he escuchado, se me ha ocurrido una definición de padrote: un tipo que es capaz de llevar a una mujer hasta el abismo.
—Es que tú, mi buen, lo estás viendo por el lado de la mujer, del sentimiento. Y no es así. Un padrote es un cabrón que trabaja con la necesidá. La necesidá de las viejas que no tienen ni pa’comer. La necesidá del hombre. La necesidá de las pinches autoridades que, ora con esa puta ley de trata de personas, nomás encarecieron las mordidas. ¡Ochocientos mil pesos por librar cada operativo! Imagínate nomás. O sea, todo es necesidá. Hasta la mía, porque yo también debo comer —dice Kalimán y yo no sé si debo golpearlo o largarme de ahí.
—¿Tienes hijos?
—Seis. De una vieja son dos, de la otra son también dos, y con las dos viejas que tengo de putas en el gabacho tuve a las niñas.
—¿Alguno de tus hijos está en el negocio?
—Apenas al grandecito le di una chamaquita pa’que la padrotiara. Yo quise que fuera a la universidá, pero me salió burro y flojo.
Ignoro si Kalimán es un mal padre. En un estudio, “Proyecto de vida de niños y adolescentes de Tenancingo”, respaldado por la Universidad Autónoma de Tlaxcala y hecho en primarias y secundarias, uno de cada cinco chicos respondieron: “Quiero ser padrote”.
Cazador de Duendes- Cantidad de envíos : 632
Fecha de inscripción : 29/04/2012
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