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Lo sabe; carta a una amante infiel . . . . .XXX
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Lo sabe; carta a una amante infiel . . . . .XXX
Lo sabe; carta a una amante infiel
Me gusta cómo va surgiendo todo entre nosotros.
Esta fue la segunda vez, nuestra segunda vez. Y tu segunda vez.
Empezaste conmigo, y aún a pesar de que has tenido una aventura con
alguien más, no ha sido lo mismo. Fue tan solo un contacto sexual, una
felación. Ni tuviste el placer de sentir unas manos sobre tu cuerpo.
Diste con un egoísta, con alguien que tan solo buscaba su propia
satisfacción.
Y te sentiste sucia, utilizada.
Por eso hemos vuelto a estar juntos. Recibí tu insinuación y acepté,
te seguí el juego.
Porque me apeteces, y mucho.
Porque eres especial, en muchas cosas.
Porque el sexo por el sexo no es mi estilo. Ni el tuyo.
Tú querías probarlo, y así lo hicimos en nuestro primer encuentro.
Pero ahora quieres más, más juego. Y yo sé por dónde llevarte.
Poco a poco te desnudo, te miro, me coloco encima de ti. Acaricio tu
cabello, lo peino.
Tú me pides que lo haga, que te posea, que lo quieres.
Y yo juego, con la punta de mi sexo acariciando el tuyo, percibiendo
su calor, su palpitar…
Y sonrío. Y sonríes, Juegas, quieres, esperas, das.
Pero, cuando de golpe, entro hasta el fondo de ti, un gemido intenso
brota de tu garganta, antes de empezar el jadeo de tu cuerpo y de tu
mente.
Y nos enzarzamos en un vaivén frenético, alocado, intenso, exquisito,
profundo, y lleno de pasión.
Mi cuerpo se arquea, se levanta, baja, se mueve en círculos, y mi sexo
profundiza en tus adentros.
Y llenamos el ambiente de gemidos incontrolados.
Es entonces cuando te pido que le llames. Y tú, sonríes. No sabes,
dudas. Pero es lo que en el fondo quieres.
Quieres tú y quiere él.
Porque él lo sabe, sabe que estás conmigo.
Porque él también juega, lo quiere, te empuja a mis brazos.
Después a su modo, en su fantasía hecha realidad, “te dará tu merecido”.
Sin dolor y sin locuras. Con mucho respeto. Y mucho morbo.
Oigo su voz, pones el manos libres y le dices lo que estás haciendo:
-“¿No es lo que querías? Te estoy poniendo los cuernos. Y hoy me lo
voy a llevar, me llevaré mi mejor corrida en mucho tiempo”-
Me dirijo a él entre gemidos, entre vaivenes, entre empujones dentro
de tu cuerpo.
Y le cuento, que estoy contigo, que eres especial, excelente amante,
mujer casi perfecta, que me gustas, que lo estoy haciendo contigo.
Y a él se le oye respirar agitado, sudoroso tal vez.
Apenas atina a enlazar las frases, está excitado y nervioso.
-“Dale su merecido, pero… cúidamela”-
Con voz trémula ha acertado a conjugar esa frase.
Le respondo con voz templada, aguantando mi propia excitación, que
esté tranquilo, que te respeto muchísimo y que habéis dado con una
persona con la que tal vez podáis alcanzar todo el morbo de vuestros
deseos y fantasías.
Le hablo despacio, entre envite y envite, que él siente, que aprecia
por el tono de mi voz, y que sabe que cada gemido se corresponde con
una penetración dentro de ti.
Le propongo que tal vez la próxima sea un trío.
-“No sé si estoy ya preparado para esto”- responde con voz trémula.
Le ofrezco que escoja donde quiere que me vierta. En tu sexo, en tu
ano, o en tu boca.
Duda, no sabe, no dice. Pero se excita aún más, y suspira.
Es entonces cuando tú cuelgas. No sin antes decirle que piensas en él
y que le vas a dedicar tu orgasmo.
Seguimos los dos. En múltiples posturas.
Te muestras rebelde. Me cabalgas y me dices que no te pida nada, que
cuando yo diga “no” será que “sí”.
Y entonces comprendo. Entiendo el juego.
Y te exijo que no te corras aún, que aguantes, que no te deshagas.
Y mientras mi voz te grita suavemente mis exigencias, te envuelven los
estertores de un orgasmo intenso, que convulsiona todo tu espléndido
cuerpo de mujer.
Y yo me recreo, (con mis manos en tus caderas, ayudándote en el
vaivén,) en ver como tus pechos bambolean. Esos senos firmes, con sus
pezones erectos, rodeados por esas aureolas sonrosadas que miran hacia
arriba, atrevidos, osados, esperando que mi boca los succione.
De nuevo estás debajo de mí, y yo encima.
Hemos llegado hasta esta posición en un juego travieso de revolcones
por toda la cama.
Y al mirarte me sonrío. Me lleno el espíritu con tu cara radiante de
deseo otra vez.
Te aviso y me acabo. Mi cuerpo se estremece una, dos, y muchas veces
más. En un desbocado afán de exprimir todo mi jugo y derramarlo en tus
adentros,
Tu sexo también se convulsiona y late sobre el mío.
Y nos abrazamos.
Nos besamos largo y tendido, ahora ya sin la presión de la pasión, con
mucha más dulzura.
Cuando me salgo de ti, para tenderme a tu lado y acariciar tu cuerpo
con mis dedos, un suspiro largo sale de tu boca, mientras me describes
la sensación que te produce sentir como un río de semen sale de tu
sexo para deslizarse entre tus muslos y llegar hasta la entrada de tu
culito.
Me miras y me dices con cara de niña asustada que eres virgen por detrás…
Te acaricio y te digo que no temas, que cuando hagamos el trío, sabré
tratarte como te mereces, y que con mucho cariño y la ayuda de algún
aceite, las cosas van a ser muy placenteras.
Le sigue a toda esta acción un buen rato de confesiones mutuas, para
conocernos mejor.
Es el mejor síntoma de confianza, y el argumentario que descubre
muchas cosas, muchas conductas en ambos.
El pasado, la infancia, la juventud, la vida…
El tiempo se nos echa encima, y debemos marchar.
Pero en tu cabeza y en la mía queda esa imagen de tu cuerpo entre los
de tu pareja y el mío.
Tú percibes e intentas adivinar la sensación de sentirte penetrada por
ambos lados.
Pero eso será otro día…
Me gusta cómo va surgiendo todo entre nosotros.
Esta fue la segunda vez, nuestra segunda vez. Y tu segunda vez.
Empezaste conmigo, y aún a pesar de que has tenido una aventura con
alguien más, no ha sido lo mismo. Fue tan solo un contacto sexual, una
felación. Ni tuviste el placer de sentir unas manos sobre tu cuerpo.
Diste con un egoísta, con alguien que tan solo buscaba su propia
satisfacción.
Y te sentiste sucia, utilizada.
Por eso hemos vuelto a estar juntos. Recibí tu insinuación y acepté,
te seguí el juego.
Porque me apeteces, y mucho.
Porque eres especial, en muchas cosas.
Porque el sexo por el sexo no es mi estilo. Ni el tuyo.
Tú querías probarlo, y así lo hicimos en nuestro primer encuentro.
Pero ahora quieres más, más juego. Y yo sé por dónde llevarte.
Poco a poco te desnudo, te miro, me coloco encima de ti. Acaricio tu
cabello, lo peino.
Tú me pides que lo haga, que te posea, que lo quieres.
Y yo juego, con la punta de mi sexo acariciando el tuyo, percibiendo
su calor, su palpitar…
Y sonrío. Y sonríes, Juegas, quieres, esperas, das.
Pero, cuando de golpe, entro hasta el fondo de ti, un gemido intenso
brota de tu garganta, antes de empezar el jadeo de tu cuerpo y de tu
mente.
Y nos enzarzamos en un vaivén frenético, alocado, intenso, exquisito,
profundo, y lleno de pasión.
Mi cuerpo se arquea, se levanta, baja, se mueve en círculos, y mi sexo
profundiza en tus adentros.
Y llenamos el ambiente de gemidos incontrolados.
Es entonces cuando te pido que le llames. Y tú, sonríes. No sabes,
dudas. Pero es lo que en el fondo quieres.
Quieres tú y quiere él.
Porque él lo sabe, sabe que estás conmigo.
Porque él también juega, lo quiere, te empuja a mis brazos.
Después a su modo, en su fantasía hecha realidad, “te dará tu merecido”.
Sin dolor y sin locuras. Con mucho respeto. Y mucho morbo.
Oigo su voz, pones el manos libres y le dices lo que estás haciendo:
-“¿No es lo que querías? Te estoy poniendo los cuernos. Y hoy me lo
voy a llevar, me llevaré mi mejor corrida en mucho tiempo”-
Me dirijo a él entre gemidos, entre vaivenes, entre empujones dentro
de tu cuerpo.
Y le cuento, que estoy contigo, que eres especial, excelente amante,
mujer casi perfecta, que me gustas, que lo estoy haciendo contigo.
Y a él se le oye respirar agitado, sudoroso tal vez.
Apenas atina a enlazar las frases, está excitado y nervioso.
-“Dale su merecido, pero… cúidamela”-
Con voz trémula ha acertado a conjugar esa frase.
Le respondo con voz templada, aguantando mi propia excitación, que
esté tranquilo, que te respeto muchísimo y que habéis dado con una
persona con la que tal vez podáis alcanzar todo el morbo de vuestros
deseos y fantasías.
Le hablo despacio, entre envite y envite, que él siente, que aprecia
por el tono de mi voz, y que sabe que cada gemido se corresponde con
una penetración dentro de ti.
Le propongo que tal vez la próxima sea un trío.
-“No sé si estoy ya preparado para esto”- responde con voz trémula.
Le ofrezco que escoja donde quiere que me vierta. En tu sexo, en tu
ano, o en tu boca.
Duda, no sabe, no dice. Pero se excita aún más, y suspira.
Es entonces cuando tú cuelgas. No sin antes decirle que piensas en él
y que le vas a dedicar tu orgasmo.
Seguimos los dos. En múltiples posturas.
Te muestras rebelde. Me cabalgas y me dices que no te pida nada, que
cuando yo diga “no” será que “sí”.
Y entonces comprendo. Entiendo el juego.
Y te exijo que no te corras aún, que aguantes, que no te deshagas.
Y mientras mi voz te grita suavemente mis exigencias, te envuelven los
estertores de un orgasmo intenso, que convulsiona todo tu espléndido
cuerpo de mujer.
Y yo me recreo, (con mis manos en tus caderas, ayudándote en el
vaivén,) en ver como tus pechos bambolean. Esos senos firmes, con sus
pezones erectos, rodeados por esas aureolas sonrosadas que miran hacia
arriba, atrevidos, osados, esperando que mi boca los succione.
De nuevo estás debajo de mí, y yo encima.
Hemos llegado hasta esta posición en un juego travieso de revolcones
por toda la cama.
Y al mirarte me sonrío. Me lleno el espíritu con tu cara radiante de
deseo otra vez.
Te aviso y me acabo. Mi cuerpo se estremece una, dos, y muchas veces
más. En un desbocado afán de exprimir todo mi jugo y derramarlo en tus
adentros,
Tu sexo también se convulsiona y late sobre el mío.
Y nos abrazamos.
Nos besamos largo y tendido, ahora ya sin la presión de la pasión, con
mucha más dulzura.
Cuando me salgo de ti, para tenderme a tu lado y acariciar tu cuerpo
con mis dedos, un suspiro largo sale de tu boca, mientras me describes
la sensación que te produce sentir como un río de semen sale de tu
sexo para deslizarse entre tus muslos y llegar hasta la entrada de tu
culito.
Me miras y me dices con cara de niña asustada que eres virgen por detrás…
Te acaricio y te digo que no temas, que cuando hagamos el trío, sabré
tratarte como te mereces, y que con mucho cariño y la ayuda de algún
aceite, las cosas van a ser muy placenteras.
Le sigue a toda esta acción un buen rato de confesiones mutuas, para
conocernos mejor.
Es el mejor síntoma de confianza, y el argumentario que descubre
muchas cosas, muchas conductas en ambos.
El pasado, la infancia, la juventud, la vida…
El tiempo se nos echa encima, y debemos marchar.
Pero en tu cabeza y en la mía queda esa imagen de tu cuerpo entre los
de tu pareja y el mío.
Tú percibes e intentas adivinar la sensación de sentirte penetrada por
ambos lados.
Pero eso será otro día…
Cazador de Duendes- Cantidad de envíos : 632
Fecha de inscripción : 29/04/2012
Localización : Entre lo sublime y lo ridiculo
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