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El presidente del PRD renuncia ante la “ingobernabilidad” del partido
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El presidente del PRD renuncia ante la “ingobernabilidad” del partido
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JAN MARTÍNEZ AHRENS
México 19 JUN 2016 - 02:53 CEST
Ha sido un viaje corto. El presidente del Partido de la Revolución Democrática (PRD), el académico socialdemócrata Agustín Basave, ha tirado la toalla a los siete meses de elegido ante la "ingobernabilidad" de la formación. Su renuncia, que se formalizará el 2 de julio, vuelve a situar a la histórica fuerza de la izquierda mexicana en su lugar de siempre: al borde del abismo.
La caída Basave es un reflejo de la balcanización del PRD. El partido, formado por una constelación de facciones en perpetua lucha, es lo más parecido a una piscina llena de tiburones. No hay paz en su interior y cualquier nuevo liderazgo es sometido a feroces ataques. Basave no ha sido menos. Apoyado en su día por la corriente mayoritaria Nueva Izquierda, fue presentado como un hombre de paz y consenso, un presidente-árbitro procedente del universo académico, cuya principal meta era lograr la pacificación interna y enfrentarse al emergente reto del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), el vehículo electoral deAndrés Manuel López Obrador. La tranquilidad no duró mucho.
Los preparativos de las elecciones del 5 de junio pasado destaparon el gusto por la antropofagia del PRD. A los dos meses de elegido, Basave se enfrentó a la negativa furibunda de las principales familias a su política de alianzas con el derechista PAN para desbancar al PRI de sus feudos. La resistencia parecía insuperable, y Basave, en una jugada táctica de alto riesgo, presentó su dimisión. El golpe surtió efecto y pudo recuperar el control. Pero fue una victoria efímera.
Los comicios confirmaron la eficacia de los pactos con el PAN. En tres estados donde jamás había gobernado otro partido (Veracruz, Quintana Roo y Durango) derrotaron al PRI. El éxito tuvo su envés con Morena, que avanzó en gran parte del país, y en la Ciudad de México, el feudo histórico del PRD, se situó claramente por delante.
Con estos resultados, las hostilidades volvieron a estallar y el presidente de PRD experimentó en carne propia las dentelladas de sus correligionarios. Su dirección política fue puesta en duda y el presidente de la corriente Nueva Izquierda, Jesús Ortega, que en su día le apadrinó, dio un paso atrás. Basave, cada vez más solo, vio estrecharse peligrosamente su margen de acción y ante la disyuntiva, tomó su decisión.
“He sufrido francas agresiones y actitudes carentes de una mínima institucionalidad de parte de algunos miembros del Consejo Ejecutivo Nacional y una serie de desencuentros con el jefe de Nueva Izquierda, todo lo cual llevó soterrada y paulatinamente al PRD a rondar la ingobernabilidad y a un desgaste de mi dirigencia que no puede revertirse. En semejante contexto es imposible llevar a cabo acciones vitales (…) y dado que no estoy dispuesto a afiliarme a una corriente ni a formar parte de un bloque, y dado que en estas circunstancias la gobernabilidad es más que precaria, he decidido renunciar a la Presidencia del Comité Ejecutivo Nacional del PRD. Mi decisión es irrevocable”, señala en su carta de despedida.
Con su marcha, que se formalizará el 2 de julio, el PRD vuelve a su estado natural. Las familias, dueñas otra vez de la maquinaria, tendrán que pactar un nuevo líder y poner la vista en las elecciones al Estado de México en 2017, y después en la gran batalla de las presidenciales de 2018. Un reto para el que, de momento, este partido no tiene un aspirante claro, pero sí un adversario temible: Andrés Manuel López Obrador, el que fuera dos veces su candidato presidencial.
La búsqueda de alguien que pueda hacer frente a este desafío va a ser el eje sobre el que girará la tarea del futuro presidente. No será un cometido fácil. La propia configuración del PRD tiende a atomizar las decisiones. "Su gobierno interno emula un régimen parlamentario. Las corrientes, que actúan como si cada una de ellas fuera un partido político, están representadas en el Comité Ejecutivo Nacional en proporción a su votación en elecciones internas. El PRD siempre ha sido difícil de dirigir. Y sus problemas de gobernabilidad, antes de la consolidación de esa suerte de parlamentarismo, eran enfrentados a golpes de timón por caudillos con un considerable margen de maniobra metaestatutario", explica el aún presidente del partido en su carta.
Frente a esta disgregación interna, el propio Basave, sin vínculos fuertes con ninguna corriente ni experiencia en la lucha política, fue presentado en su día como una fórmula de cohesión. Era un académico de discurso socialdemócrata que se situaba a sí mismo entre Felipe González y Jeremy Corbin. Un hombre tranquilo al que se presuponía capaz de apagar el incendio que devastaba el PRD.
En una secuencia descendente, el partido no había dejado de sufrir desde su derrota en las elecciones presidenciales de 2012. Primero fue la salida de López Obrador, luego el caso Iguala, que sacó a la luz las connivencias de parte de la formación con el crimen organizado, y por último, el portazo de su fundador y líder espiritual, Cuauhtémoc Cárdenas. Los comicios parlamentarios de 2015 confirmaron esta deriva. El PRD obtuvo su peor resultado desde 1991.
"Frente a la peor crisis de su historia, el partido intentó una nueva modalidad de liderazgo, un presidente externo y sin corriente. Acepté el desafío", señala en su escrito Basave", movido por mi anhelo de forjar una opción socialdemócrata y por mi determinación de combatir la restauración autoritaria y la corrupción rampante del actual régimen priísta. Se conformó un consenso, prácticamente la unanimidad en torno a mi persona, lo cual fue para mí un indicador de que la idea de un presidente-árbitro era viable. Pero la realidad discurrió por un cauce distinto". Basave, tras formalizar su renuncia el próximo 2 de julio, volverá a su escaño en el Congreso de los Diputados.
LA CARTA DE RENUNCIA DE BASAVE
Ciudad de México, a 17 de junio del 2016
Como todos sabemos, el gobierno interno del Partido de la Revolución Democrática emula un régimen parlamentario. Las corrientes, que actúan en más de un sentido como si cada una de ellas fuera un partido político, están representadas en el Comité Ejecutivo Nacional en proporción a su votación en elecciones internas. El PRD siempre ha sido difícil de dirigir pero sus problemas de gobernabilidad, que antes de la consolidación de esa suerte de parlamentarismo eran enfrentados a golpes de timón por “caudillos” con un considerable margen de maniobra metaestatutario, se resolvieron primero mediante la negociación casuística y luego con la aprobación sistemática de la agenda de una corriente hegemónica con un bloque mayoritario en el CEN.
Sin embargo, ante el agotamiento de esas etapas y frente a la peor crisis de su historia, el partido intentó una nueva modalidad de liderazgo: un presidente “externo”, sin corriente, que se situara por encima de los grupos y arbitrara sus conflictos.
Yo acepté el desafío movido por mi anhelo de forjar una opción socialdemócrata que a mi juicio le hace mucha falta a México y por mi determinación de combatir la restauración autoritaria y la corrupción rampante del actual régimen priista. Dos hechos me convencieron de la viabilidad del proyecto:
1) la mayoría de los coordinadores de las expresiones manifestaron su consciencia de las enormes adversidades que el perredismo enfrentaba y su disposición a respaldar los cambios que yo proponía;
2) se conformó un consenso, prácticamente la unanimidad en torno a mi persona, lo cual fue para mí un indicador de que la idea de un “presidente-árbitro” -un jefe de Estado y no un jefe de gobierno, para continuar con la analogía parlamentaria- era viable.
Pero la realidad discurrió por un cauce distinto. La normatividad interna y la cultura política imperante obstaculizaron mi Presidencia al grado de que antes de cumplir dos meses en el cargo tuve que poner mi renuncia sobre la mesa para afianzar mi autoridad y sacar adelante las alianzas que consideré y considero indispensables para derrotar al PRI y crear buenos gobiernos para los mexicanos.
Ese recurso, que obviamente no puede ser usado en más de una ocasión, junto con mi posterior deseo de formar la coalición con el PAN en Chihuahua y mi rechazo decisivo a la de Puebla, provocaron francas agresiones y actitudes carentes de una mínima institucionalidad de parte de algunos miembros del CEN y una serie de desencuentros con el jefe de Nueva Izquierda, todo lo cual llevó soterrada y paulatinamente al PRD a rondar la ingobernabilidad y a un desgaste de mi dirigencia que no puede revertirse.
En semejante contexto es imposible llevar a cabo acciones vitales que puse como condición ante quienes me propusieron buscar convertirme en presidente del partido, como iniciar procesos de investigación y en su caso expulsar a perredistas acusados de corrupción ante la opinión pública, así como el urgente saneamiento de nuestras finanzas.
En virtud de que no estoy dispuesto a afiliarme a una corriente ni a formar parte de un bloque y dado que en estas circunstancias la gobernabilidad es más que precaria, he decidido renunciar a la Presidencia del Comité Ejecutivo Nacional del PRD. Mi decisión es irrevocable.
Por ello, presidente Ávila, le pido que convoque al Consejo Nacional para sesionar el próximo sábado 2 de julio a fin de que conozca de mi renuncia y decida quién habrá de sustituirme a partir de esa fecha.
El partido necesita una reforma a su Estatuto y a sus demás documentos básicos que fortalezca las facultades de la Presidencia, acote a las corrientes y permita el acercamiento a la ciudadanía que tanta falta nos hace. Y si bien entregaré a quien me suceda un documento con esas y otras propuestas de cara al próximo Congreso Nacional, es evidente que para materializarlas se requiere de la voluntad política cupular y de un acuerdo mayoritario que yo ya no estoy en condiciones de construir.
En todo caso, hago votos por que mi salida detone una mayor conciencia y determinación en esa cúpula para emprender la transformación radical que las bases de nuestro instituto político piden a gritos.
No es mi papel evaluar mi desempeño como presidente nacional del PRD. De ello se encargarán otros, quienes juzgarán mi trabajo y señalarán mis posibles aciertos y mis innegables errores.
Me quedo, eso sí, con la certeza de que puse todo mi esfuerzo en el cumplimiento de mis responsabilidades al frente de mi partido y de que en algo serví a México al contribuir a poner fin a tres satrapías priistas y a propiciar la alternancia y la transición a la democracia en esos estados.
No es mío el mérito principal, desde luego, sino de las y los ciudadanos de Veracruz, Quintana Roo y Durango, cuya rebeldía democrática prevaleció sobre la guerra sucia y las trapacerías electorales de la maquinaria y el aparato del PRI-gobierno.
Agradezco la labor de mi equipo y de las y los trabajadores del partido, el apoyo de los dirigentes y cuadros nacionales, estatales y municipales que generosamente me pidieron permanecer en el cargo y, sobre todo, la lealtad y el compromiso de nuestra militancia, a la que nunca me cansaré de elogiar como nuestra gran riqueza.
Presidir el PRD ha sido el mayor privilegio de mi carrera política. Continuaré en sus filas promoviendo su renacimiento, aunque a partir de julio lo haré desde la Cámara de Diputados, a donde regresaré para retomar mi trabajo legislativo.
ATENTAMENTE
iDEMOCRACIA YA, PATRIA PARA TODOS!
DR. AGUSTÍN F. BASAVE BENÍTEZ
Presidente Nacional del PRD
http://internacional.elpais.com/internacional/2015/10/12/actualidad/1444671068_006461.html?rel=mas
El académico Agustín Basave abandona el puesto a los siete meses de ser elegido. En su despedida critica las presiones de las familias del PRD
JAN MARTÍNEZ AHRENS
México 19 JUN 2016 - 02:53 CEST
El presidente del PRD, Agustín Basave. SAÚL RUIZ
Ha sido un viaje corto. El presidente del Partido de la Revolución Democrática (PRD), el académico socialdemócrata Agustín Basave, ha tirado la toalla a los siete meses de elegido ante la "ingobernabilidad" de la formación. Su renuncia, que se formalizará el 2 de julio, vuelve a situar a la histórica fuerza de la izquierda mexicana en su lugar de siempre: al borde del abismo.
La caída Basave es un reflejo de la balcanización del PRD. El partido, formado por una constelación de facciones en perpetua lucha, es lo más parecido a una piscina llena de tiburones. No hay paz en su interior y cualquier nuevo liderazgo es sometido a feroces ataques. Basave no ha sido menos. Apoyado en su día por la corriente mayoritaria Nueva Izquierda, fue presentado como un hombre de paz y consenso, un presidente-árbitro procedente del universo académico, cuya principal meta era lograr la pacificación interna y enfrentarse al emergente reto del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), el vehículo electoral deAndrés Manuel López Obrador. La tranquilidad no duró mucho.
Los preparativos de las elecciones del 5 de junio pasado destaparon el gusto por la antropofagia del PRD. A los dos meses de elegido, Basave se enfrentó a la negativa furibunda de las principales familias a su política de alianzas con el derechista PAN para desbancar al PRI de sus feudos. La resistencia parecía insuperable, y Basave, en una jugada táctica de alto riesgo, presentó su dimisión. El golpe surtió efecto y pudo recuperar el control. Pero fue una victoria efímera.
Los comicios confirmaron la eficacia de los pactos con el PAN. En tres estados donde jamás había gobernado otro partido (Veracruz, Quintana Roo y Durango) derrotaron al PRI. El éxito tuvo su envés con Morena, que avanzó en gran parte del país, y en la Ciudad de México, el feudo histórico del PRD, se situó claramente por delante.
Con estos resultados, las hostilidades volvieron a estallar y el presidente de PRD experimentó en carne propia las dentelladas de sus correligionarios. Su dirección política fue puesta en duda y el presidente de la corriente Nueva Izquierda, Jesús Ortega, que en su día le apadrinó, dio un paso atrás. Basave, cada vez más solo, vio estrecharse peligrosamente su margen de acción y ante la disyuntiva, tomó su decisión.
“He sufrido francas agresiones y actitudes carentes de una mínima institucionalidad de parte de algunos miembros del Consejo Ejecutivo Nacional y una serie de desencuentros con el jefe de Nueva Izquierda, todo lo cual llevó soterrada y paulatinamente al PRD a rondar la ingobernabilidad y a un desgaste de mi dirigencia que no puede revertirse. En semejante contexto es imposible llevar a cabo acciones vitales (…) y dado que no estoy dispuesto a afiliarme a una corriente ni a formar parte de un bloque, y dado que en estas circunstancias la gobernabilidad es más que precaria, he decidido renunciar a la Presidencia del Comité Ejecutivo Nacional del PRD. Mi decisión es irrevocable”, señala en su carta de despedida.
Con su marcha, que se formalizará el 2 de julio, el PRD vuelve a su estado natural. Las familias, dueñas otra vez de la maquinaria, tendrán que pactar un nuevo líder y poner la vista en las elecciones al Estado de México en 2017, y después en la gran batalla de las presidenciales de 2018. Un reto para el que, de momento, este partido no tiene un aspirante claro, pero sí un adversario temible: Andrés Manuel López Obrador, el que fuera dos veces su candidato presidencial.
La búsqueda de alguien que pueda hacer frente a este desafío va a ser el eje sobre el que girará la tarea del futuro presidente. No será un cometido fácil. La propia configuración del PRD tiende a atomizar las decisiones. "Su gobierno interno emula un régimen parlamentario. Las corrientes, que actúan como si cada una de ellas fuera un partido político, están representadas en el Comité Ejecutivo Nacional en proporción a su votación en elecciones internas. El PRD siempre ha sido difícil de dirigir. Y sus problemas de gobernabilidad, antes de la consolidación de esa suerte de parlamentarismo, eran enfrentados a golpes de timón por caudillos con un considerable margen de maniobra metaestatutario", explica el aún presidente del partido en su carta.
Frente a esta disgregación interna, el propio Basave, sin vínculos fuertes con ninguna corriente ni experiencia en la lucha política, fue presentado en su día como una fórmula de cohesión. Era un académico de discurso socialdemócrata que se situaba a sí mismo entre Felipe González y Jeremy Corbin. Un hombre tranquilo al que se presuponía capaz de apagar el incendio que devastaba el PRD.
En una secuencia descendente, el partido no había dejado de sufrir desde su derrota en las elecciones presidenciales de 2012. Primero fue la salida de López Obrador, luego el caso Iguala, que sacó a la luz las connivencias de parte de la formación con el crimen organizado, y por último, el portazo de su fundador y líder espiritual, Cuauhtémoc Cárdenas. Los comicios parlamentarios de 2015 confirmaron esta deriva. El PRD obtuvo su peor resultado desde 1991.
"Frente a la peor crisis de su historia, el partido intentó una nueva modalidad de liderazgo, un presidente externo y sin corriente. Acepté el desafío", señala en su escrito Basave", movido por mi anhelo de forjar una opción socialdemócrata y por mi determinación de combatir la restauración autoritaria y la corrupción rampante del actual régimen priísta. Se conformó un consenso, prácticamente la unanimidad en torno a mi persona, lo cual fue para mí un indicador de que la idea de un presidente-árbitro era viable. Pero la realidad discurrió por un cauce distinto". Basave, tras formalizar su renuncia el próximo 2 de julio, volverá a su escaño en el Congreso de los Diputados.
LA CARTA DE RENUNCIA DE BASAVE
Ciudad de México, a 17 de junio del 2016
Como todos sabemos, el gobierno interno del Partido de la Revolución Democrática emula un régimen parlamentario. Las corrientes, que actúan en más de un sentido como si cada una de ellas fuera un partido político, están representadas en el Comité Ejecutivo Nacional en proporción a su votación en elecciones internas. El PRD siempre ha sido difícil de dirigir pero sus problemas de gobernabilidad, que antes de la consolidación de esa suerte de parlamentarismo eran enfrentados a golpes de timón por “caudillos” con un considerable margen de maniobra metaestatutario, se resolvieron primero mediante la negociación casuística y luego con la aprobación sistemática de la agenda de una corriente hegemónica con un bloque mayoritario en el CEN.
Sin embargo, ante el agotamiento de esas etapas y frente a la peor crisis de su historia, el partido intentó una nueva modalidad de liderazgo: un presidente “externo”, sin corriente, que se situara por encima de los grupos y arbitrara sus conflictos.
Yo acepté el desafío movido por mi anhelo de forjar una opción socialdemócrata que a mi juicio le hace mucha falta a México y por mi determinación de combatir la restauración autoritaria y la corrupción rampante del actual régimen priista. Dos hechos me convencieron de la viabilidad del proyecto:
1) la mayoría de los coordinadores de las expresiones manifestaron su consciencia de las enormes adversidades que el perredismo enfrentaba y su disposición a respaldar los cambios que yo proponía;
2) se conformó un consenso, prácticamente la unanimidad en torno a mi persona, lo cual fue para mí un indicador de que la idea de un “presidente-árbitro” -un jefe de Estado y no un jefe de gobierno, para continuar con la analogía parlamentaria- era viable.
Pero la realidad discurrió por un cauce distinto. La normatividad interna y la cultura política imperante obstaculizaron mi Presidencia al grado de que antes de cumplir dos meses en el cargo tuve que poner mi renuncia sobre la mesa para afianzar mi autoridad y sacar adelante las alianzas que consideré y considero indispensables para derrotar al PRI y crear buenos gobiernos para los mexicanos.
Ese recurso, que obviamente no puede ser usado en más de una ocasión, junto con mi posterior deseo de formar la coalición con el PAN en Chihuahua y mi rechazo decisivo a la de Puebla, provocaron francas agresiones y actitudes carentes de una mínima institucionalidad de parte de algunos miembros del CEN y una serie de desencuentros con el jefe de Nueva Izquierda, todo lo cual llevó soterrada y paulatinamente al PRD a rondar la ingobernabilidad y a un desgaste de mi dirigencia que no puede revertirse.
En semejante contexto es imposible llevar a cabo acciones vitales que puse como condición ante quienes me propusieron buscar convertirme en presidente del partido, como iniciar procesos de investigación y en su caso expulsar a perredistas acusados de corrupción ante la opinión pública, así como el urgente saneamiento de nuestras finanzas.
En virtud de que no estoy dispuesto a afiliarme a una corriente ni a formar parte de un bloque y dado que en estas circunstancias la gobernabilidad es más que precaria, he decidido renunciar a la Presidencia del Comité Ejecutivo Nacional del PRD. Mi decisión es irrevocable.
Por ello, presidente Ávila, le pido que convoque al Consejo Nacional para sesionar el próximo sábado 2 de julio a fin de que conozca de mi renuncia y decida quién habrá de sustituirme a partir de esa fecha.
El partido necesita una reforma a su Estatuto y a sus demás documentos básicos que fortalezca las facultades de la Presidencia, acote a las corrientes y permita el acercamiento a la ciudadanía que tanta falta nos hace. Y si bien entregaré a quien me suceda un documento con esas y otras propuestas de cara al próximo Congreso Nacional, es evidente que para materializarlas se requiere de la voluntad política cupular y de un acuerdo mayoritario que yo ya no estoy en condiciones de construir.
En todo caso, hago votos por que mi salida detone una mayor conciencia y determinación en esa cúpula para emprender la transformación radical que las bases de nuestro instituto político piden a gritos.
No es mi papel evaluar mi desempeño como presidente nacional del PRD. De ello se encargarán otros, quienes juzgarán mi trabajo y señalarán mis posibles aciertos y mis innegables errores.
Me quedo, eso sí, con la certeza de que puse todo mi esfuerzo en el cumplimiento de mis responsabilidades al frente de mi partido y de que en algo serví a México al contribuir a poner fin a tres satrapías priistas y a propiciar la alternancia y la transición a la democracia en esos estados.
No es mío el mérito principal, desde luego, sino de las y los ciudadanos de Veracruz, Quintana Roo y Durango, cuya rebeldía democrática prevaleció sobre la guerra sucia y las trapacerías electorales de la maquinaria y el aparato del PRI-gobierno.
Agradezco la labor de mi equipo y de las y los trabajadores del partido, el apoyo de los dirigentes y cuadros nacionales, estatales y municipales que generosamente me pidieron permanecer en el cargo y, sobre todo, la lealtad y el compromiso de nuestra militancia, a la que nunca me cansaré de elogiar como nuestra gran riqueza.
Presidir el PRD ha sido el mayor privilegio de mi carrera política. Continuaré en sus filas promoviendo su renacimiento, aunque a partir de julio lo haré desde la Cámara de Diputados, a donde regresaré para retomar mi trabajo legislativo.
ATENTAMENTE
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