Exiliados de Extremoduro


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Juan, el ex sicario Todo comenzó por el abandono de su madre

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Mensaje  juancares 19.12.15 2:02

Juan, el ex sicario  Todo comenzó por el abandono de su madre CAT-550430
Juan, el ex sicario

Todo comenzó por el abandono de su madre


viernes, 18 de diciembre de 2015

Un día de verano, el sol brillaba con mucha intensidad, de esa luz que advierte que pronto empezará el atardecer y que el sol nos ofrecerá una despedida con sus mejores colores.
Ese atardecer de los que muchos presumimos haber disfrutado en algún momento de nuestras vidas, a Juan le trae los más tristes recuerdos.
Ese día despertó con una resaca muy fuerte, pues su madre, como en otras ocasiones le dio a consumir mariguana y bebidas embriagantes, y a sus 13 años su fortaleza no era suficiente para soportar lo más cercano a una sobredosis.
Duró dos días dormido y cuando despertó, como siempre, su mamá no estaba.
Pasaron las horas y no llegaba, salió a buscarla, pues tenía mucha hambre y no traía dinero. Entonces, en la recepción del hotel le mostraron la cuenta, pues aparentemente su mamá había olvidado pagar.
Regresó después y ya no lo dejaron ingresar a su recámara, tampoco le devolvieron sus pertenencias que eran mínimas, pero al fin de cuentas era lo único que le quedaba.
TRISTE ATARDECER
Se fue al malecón (ese malecón de Mazatlán que me trae lindos recuerdos) y desde ahí recibió el atardecer más triste su vida.
Cuando tenía nueve años, en una ocasión también sufrió el abandono de su madre.
Radicados en Estados Unidos donde él nació, aún no entendía que la adicción de su madre a las drogas lo llevaría tan lejos y, a estar separados.
Durante tres días no supo de ella y nadie parecía escuchar su llanto, lloró hasta que las lágrimas se le secaron y volvió a llorar, la voz ya no se le escuchaba y entonces de pronto llegó ella, abrazada con un desconocido.
Cuando Juan se le acercó a abrazarla, ella le dio un golpe y quedó desvanecido.
Despertó y habían dejado unos trozos de pizza, masticados, y los disfrutó como si fueran el mejor manjar.
Viajaron algún par de veces a México, hasta la vez en la que llegaron a Mazatlán y lo dejó a su suerte por segunda ocasión.
POBREZA Y VAGANCIA
Vivió como vagabundo, de limosnas de desconocidos, lavando carros, haciendo favores.
Muchas veces la policía se lo llevó detenido y entonces le agarró el gusto: al menos tendría dónde pasar la noche y despertaría con un desayuno, aunque desagradable, algo le caía a la panza, para poder sobrevivir unas horas o un día más.
La misma pobreza y vagancia lo llevó a inhalar solventes y a consumir drogas, las que podía conseguir gratis, y así en una ocasión se subió a un tráiler y el camionero lo llevó hacia el norte del país.
Con un metro y 75 centímetros de estatura, a sus 15 años llegó a la frontera, en Tamaulipas, a Reynosa.
Bajó del tráiler y comenzó a caminar, adentrándose en la ciudad que poco a poco se lo fue tragando.
Vagó un rato y se topó con unos muchachos que trataron de asaltarlo, pero su experiencia en las calles le ayudó a dominarlos, con algo de dificultad, porque eran tres y andaban muy drogados.
Dos desconocidos lo vieron, detuvieron su coche y observaron toda la riña, hasta que Juan dejó inconscientes a los tres agresores.
Lo invitaron a subir al 300 C de color negro y vidrios polarizados.
Lo llevaron a una casa en donde se bañó y se puso ropa limpia y luego lo llevaron a cenar, mientras iban conociendo su historia, pues lo interrogaron peor que si fueran de la policía judicial, aunque sin golpes ni tortura.
Todo de lo que a Juan le daba vergüenza platicar, a esos hombres parecía emocionarles.
SU PRIMER ENTRENAMIENTO
Entonces y después de que cenó, lo invitaron a un campamento, le explicaron que era un entrenamiento muy duro y le exigía demasiada resistencia, por lo cual tenía que estar muy bien alimentado, pero ellos tenían confianza en que él podría superar cualquier reto.
Una semana después ya estaba viajando en medio de un grupo de hombres armados, escoltados por otras camionetas en las que llevaban a otros muchachos y llegaron a la frontera con Hidalgo, Coahuila.
En un rancho los metieron a todos en una bodega, en la cual se durmieron.
A las tres de la mañana los despertaron a todos a golpes y arrojándoles agua helada; Juan afirma que varios hielos le pegaron en el cuerpo.
Miró la puerta abierta de la bodega y salió corriendo, seguido por otros de los que ahí se encontraban, todos entre los 13 y 16 años.
DE 70 QUEDARON 15
Los concentraron en un pozo con mucha agua y lodo que olía a podrido y ahí los dejaron parados hasta que ya era mediodía, sin darles de comer y mientras cada uno de los hombres armados pasaba y los rociaba con orines.
De vez en cuando y sin avisar, rociaban ráfagas y las balas se incrustaban entre la tierra, una bala mató a un muchacho que estaba a un lado de Juan: la sangre que salió de la cabeza de ese niño de 13 años llenó su rostro, una gota cayó entre sus labios y al tratar de quitársela con la lengua, el sabor de la sangre se confundió con la del lodo cenagoso que tenía embarrado en todo el cuerpo.
Ahí durante cuatro meses aprendió a usar armas, a identificarlas, a quitarles el seguro y traerlas siempre así, pues le advirtieron que su vida dependía de ello, pero más que su vida, la de la persona a quien le tocaría proteger.
Cuando llegó ahí, en la primera semana alcanzó a contar más de 70 muchachos, poco a poco la cuenta fue disminuyendo y a los cuatro meses solamente quedaron 15.
A algunos él los tuvo que matar, pues si no lo hacía, él sería el muerto.
SEGUNDO ENTRENAMIENTO
En ese tiempo su cuerpo se endureció, se puso corrioso como dice el barrio; ya no necesitaba comer tanto, pues aprendió a soportar con mayor fortaleza el hambre, pero su cara de niño nunca la perdió.
Al tercer mes se lo llevaron de ahí de regreso a Reynosa, a otro campamento en donde el entrenamiento fue aún más duro.
Lo dejaron a su suerte y le dijeron que tenía que regresar a la base en dos días y si no lo hacía, ellos irían a matarlo.
Sin armas, Juan se acordó de la segunda vez que su mamá lo abandonó en aquella hermosa playa, así de bella como en el bosque donde ahora lo dejaban sus entrenadores.
Oscureció y buscó dónde dormir, y cuando llevaba media hora, de pronto un par de detonaciones lo despertaron y comenzó a correr, sin rumbo.
Se adentró en lo más profundo del bosque, se escondió entre unas rocas y cubrió su cuerpo con ramas y hojas.
No durmió, pues con cierta regularidad escuchaba detonaciones.
A CORRER Y CORRER
Empezaba a amanecer y escuchó ladridos de perros y otra vez las detonaciones; entonces creyó escuchar el grito de otro de los muchachos.
Salió de su escondite y corrió lo más fuerte que pudo, nuevamente hacia más adentro del bosque, hasta llegar a la otra ladera del cerro.
Descansó un poco y siguió corriendo, hasta que llegó a una casa en donde exigió a dos ancianos que le dieran de comer, pero apenas probó dos mordidas de un taco de tortilla con frijoles, sin quitar la mirada fija en el infinito, se levantó de la mesa y salió corriendo.
Volvió a subir al cerro y entonces escuchó un leve ruido, se escondió hasta que vio pasar cerca a un hombre y lo atacó, así como una fiera que defiende su territorio, lo golpeó con una piedra hasta quitarle la vida y entonces Juan se apoderó del arma.
Con mucho cuidado comenzó a bajar, rodeando lo más posible hasta que llegó a la base en donde se encontraban dos hombres aparentemente vigilando, pero se quedaron dormidos.
Golpeó a uno y lo desmayó y después hizo lo mismo con el otro, luego los dejó amarrados y subió a la azotea para esperar a que llegaran más hombres.
ESCAPA DEL ENCIERRO
Ahí permaneció oculto durante horas, casi sin parpadear, se pudo dar cuenta que iban llegando muchachos y se sentaban en donde podían, desfallecidos.
Entonces escuchó los ladridos de los perros, pero sus compañeros ya no tenían fuerza para levantarse y correr; detrás de los perros iban los entrenadores.
Pero antes de que los hombres estuvieran cerca, Juan disparó contra los canes, y los mató.
Los hombres se vieron sorprendidos y apuntaron sus armas, pero no sabían hacia dónde, hasta que de pronto Juan salió por detrás de la finca, con el R 15 ya sin balas colgado al hombro, y en su cara no había ningún tipo de expresión.
A los 17 muchachos que sobrevivieron los metieron a patadas a la bodega, los bañaron con agua helada y los dejaron dormir.
Un día y medio después, Juan despertó y miró a su alrededor, todos sus compañeros continuaban desfallecidos.
Trató de salir y la puerta de la bodega estaba cerrada con candado por fuera; miró por donde pudo y se dio cuenta que no había gente cerca.
Duró tres horas o más cerca de la puerta, sin escuchar nada, entonces comenzó a buscar la manera de salir de esa bodega, sus esfuerzos fueron escuchados por los demás muchachos que se unieron a la lucha por salir.
Con mucho esfuerzo alcanzaron una ventana a más de tres metros de altura, Juan salió y tras de él otros dos, de los más fuertes.
Sin pensarlo mucho bajaron de la azotea y buscaron algo con qué golpear el candado para abrir la cadena.
SOLDADOS RODEAN LA FINCA
No se comunicaban mucho entre sí pero entendieron que era más práctico que entre ellos tres buscaran abrir las puertas para liberar a los demás, antes que seguir intentando sacarlos por la ventana.
Cuando ya estaban todos liberados se escucharon unas ráfagas y todos corrieron a esconderse nuevamente, pero ahora tras las paredes de la finca.
Juan tuvo un mal presentimiento y comenzó a correr hacia el bosque, seguido de los demás muchachos y desde lo alto pudieron observar la presencia de soldados que rodearon la finca.
Se alejaron de ese lugar hasta llegar a un pueblito en donde les dieron de comer. El rumor de que andaban ahí unos muchachos corrió muy pronto y un par de horas después, los entrenadores llegaron por ellos.
Se enteraron que los soldados habían acribillado a dos muchachos que se quedaron rezagados.
Por primera vez, a Juan le dio gusto ver a sus entrenadores y agradeció cuando a patadas los subieron a las camionetas y se los llevaron de ahí.
ESTILO ÚNICO DE MATAR
El entrenamiento continuó, perfeccionó el uso y conocimiento de las armas y su reacción defensiva y ofensiva; perfeccionó un estilo único para matar.
Discreto, sin tanto alarde, certero y con seguridad plena de la orden cumplida.
Aprendió a manejar mientras disparaba y a disparar mientras manejaba a gran velocidad y sorteando obstáculos.
A buscar rutas de escape en cualquier lugar y a eludir a las fuerzas del orden en todo momento. Pero también a enfrentarlas.
Sin darse cuenta ya había cumplido los 16 años, pero como nunca había festejado su cumpleaños, pasó inadvertido.
Era el sicario perfecto: sin vida propia, sin historia, sin documentos, sin familia. Sin miedo a morir, pero defendiendo con toda furia su vida.
PRIMERA ENCOMIENDA
No supo en qué momento completó el entrenamiento, sencillamente de pronto le dijeron a él y a otros dos que tenían que acompañar al señor.
Agarraron una camioneta y Juan manejó, saliendo del lugar en el que se encontraban los esperaban otras camionetas.
Un hombre de mal semblante y cuya estatura no superaba el metro 60 subió de copiloto.
A pesar de su tamaño, ocupaba más espacio que los tres muchachos. Olía a perfume del más caro y llevaba cadenas de oro grueso en manos y cuello, también grandes anillos que le hacían ver grotescas sus manos.
Juan se había acostumbrado a analizar todo lo que tenía cerca con sólo una mirada de mínimos segundos, sin dejar de concentrarse.
El hombre le dijo "dale" y Juan comenzó a avanzar a todo lo que daba la camioneta hasta salir de la ciudad y entonces el señor le dio otra orden.
Llegaron a una casa de donde sacaron a los integrantes de la familia, los pusieron a los pies del señor y luego de que éste gritó y recriminó, dio la otra orden. Sin pensarlo, Juan gastó tres balas.
Sin prisa, se alejaron del lugar y el señor dio otra orden, les indicó llevarlo a una casa a varios kilómetros de ahí. El señor se metió y ellos se quedaron afuera.
Así comenzó su muerte de sicario
LLEGÓ A SALTILLO
Ganaba bastante dinero pero todo lo tenía guardado, pues no sabía en qué gastarlo, ya que nunca le faltaba comida ni ropa, mujeres ni bebidas o droga. Aunque él dejó de usar drogas, las ocupaba para darle a sus amoríos.
Podría tener el vehículo que él quisiera y no necesitaba una casa.
Viajó por todo el norte del país y entonces llegó a Saltillo.
En cada lugar que llegaba se ponía un tatuaje y en la capital de Coahuila no fue la excepción.
Una bala, un R 15 y el rostro de su mamá.
Decía que prefería morir en enfrentamiento que ser detenido, no lo admitía pero tenía claustrofobia.
Unos 15 días después de que llegó a la ciudad, obtuvo un permiso, el primero desde que entró al grupo y viajó a Estados Unidos.
Durante una semana buscó a la autora de sus días hasta que la encontró; parecía muerta en vida, no la abrazó ni nada, Juan solamente le dio un fajo de billetes. A ella le brillaron los ojos y ni gracias dijo.
Juan regresó. Tenía ganas de platicar y yo ganas de escuchar, sin preguntar nada.
Durante casi un mes estuvo en la ciudad, luego viajó a Veracruz.
Algunos de sus conocidos aseguraron que allá, Juan fue abatido por la Secretaría de Marina, durante un enfrentamiento. Hace tres años.
Yo sé que él está vivo. Pero ya no mata. Ya no se llama Juan, ahora se llama... No sé.
Por Alejandro Saucedo
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