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Mensaje  JSB 30.08.15 20:33

Caos y destrucción en Centro de Saltillo 144092980043

Caos y destrucción en Centro de Saltillo


Caos y destrucción en Centro de Saltillo Isidro

Isidro López Villarreal - Alcalde de Saltillo

[Especial]  Por Redacción   30/08/2015 - 

El cronista Jesús R. Cedillo relata en un trabajo periodístico, cómo las ineficiencias del Alcalde de Saltillo, Isidro López Villarreal, mantienen en el desahucio al Centro de la ciudad.


“¿Cuándo se jodió la ciudad, su porte, su galanura de cuatro siglos y sus blasones de capital bella y almidonada?”, cuestiona el periodista saltillense en un ejercicio crítico de las obras que mantienen en ruinas a la capital del estado.


Pero el periodista Jesús R. Cedillo va más allá y señala que en mala hora los saltillenses le dieron a guardar la ciudad a un alcalde al que llama ignorante, desleal, abúlico y flojo.


“Informo entonces a trompicones de las ruinas de esta ciudad, la cual hace apenas meses no era así.


“Informo de la tristeza del historiador don Armando Fuentes Aguirre, al ver cómo se cae en pedazos, aquello lo cual fue levantado por nuestros padres en las noches y días más altos.


“Informo de un puñado de funcionarios municipales dedicados al saqueo, a la usura, a la impureza y pillaje de la molienda y triturar todas las semanas y todas las horas del día, a esta noble ciudad, la cual hoy y sí a pedazos, se está cayendo, desmoronando piedra a piedra, como en aquel viejo texto de Juan Rulfo”, denuncia Cedillo en una puntual crónica que elaboró para Zócalo Saltillo.


Por Jesús R. Cedillo / Saltillo, Coah.- Bajo la pesadez de los párpados y mientras los sueños se cebaban en nuestro corazón un día cualquiera, llegó el caos, la furia, la desdicha, el polvo y la destrucción. Hoy la luna no alumbra nuestros precarios pasos enderezados rumbo a la oficina o fábrica macilenta, no; hoy la luna se ha marchado. Hoy nos guiamos a tientas por calles devastadas, abiertas como res en canal –Rembrandt palidece en la sombra–; estas calles dan cuenta de 
arena, grava, polvo, piedras y desventura y en el fondo y con miedo, si no abrimos los ojos como platos, caemos en una trampa: asoma el frío del metal como lanzas y puntas, listas para cobrarse la vida del peatón, el cual, ingenuo, osa transitar por las ruinas del Centro Histórico de Saltillo.


¿Cuándo se jodió la ciudad, su porte, su galanura de cuatro siglos y sus blasones de capital bella y almidonada? Sí, cuando su nuevo Alcalde tomó posesión en ingrata e infausta hora. Hay un culpable y tiene nombre y apellido: Isidro López Villarreal. A Isidro López, los altos ciudadanos de este Valle le dieron a guardar su ciudad. Ciudad como agua, preciada como el vital líquido y promesa de vida. Si el Alcalde hubiese sido leal, trabajador y seguro y hubiese guardado 


celosamente esta agua (Saltillo) en un buen cántaro, en pocos años apenas los ciudadanos le hubiesen dado a guardar su oro (el estado de Coahuila). “El que tenga sed que venga a mí; el que cree en mí que beba…” (Juan 7.37). Ignorante, desleal, abúlico y flojo, el alcalde López Villarreal despreció el agua, vació la tinaja en las calles ardientes y al hacerlo, despreció el oro. Condena eterna a él y su descendencia. 

Segunda lamentación por las ruinas de Saltillo, mi ciudad. Leo a un poeta de verbo de fuego el cual he hecho mío, es Zbigniew Herbert, le leo en su monumental “Informe de la ciudad sitiada”; deletrea: “Demasiado viejo para llevar armas y combatir contra los demás/ me concedieron el papel de cronista…” Cronista soy. Informo entonces a trompicones de las ruinas de esta ciudad, la cual y hace apenas meses no era así. Informo de la tristeza del historiador, don 
Armando Fuentes Aguirre, al ver cómo se cae a pedazos aquello, lo cual fue levantado por nuestros padres en las noches y días más altos. Informo de un puñado de funcionarios municipales dedicados al saqueo, a la usura, a la impureza y pillaje de la molienda y el triturar todas las semanas y todas las horas del día, a esta noble ciudad la cual hoy y sí a pedazos, se está cayendo, desmoronando piedra a piedra, como en aquel viejo texto de Juan Rulfo.


 Informo entonces del combate y posición de batalla de un puñado heroico de comerciantes y mercaderes locales, atados a su lugar de trabajo donde están a punto de desmayar por la desidia y las eternas obras, las cuales perpetúan la plata en los bolsillos de los funcionarios, pero zahieren al ciudadano, al peatón, al obrero, al comerciante llegado de Jerusalén, de Fenicia, del Líbano…


Otrora orgullosas, las calles Allende, Aldama, la emblemática Guadalupe Victoria, Juárez y claro, mi barrio, Ramos Arizpe, hoy son tierra de nadie. Su belleza se ha evaporado con la última canícula y la ciudad de Saltillo es apenas un recuerdo, una tea ardiendo en las pupilas de sus lugareños. Meses pasan y aún hoy siguen abriendo zanjas, pozos, norias, boquetes en las calles las cuales y en teoría, ya finiquitaron los trabajos de reparación. ¡Ah! Cuánta desdicha y congoja, cuánto dolor y lágrimas derramadas al ver tanto y tanto escombro en Saltillo; antes, orgullo nuestro. En noches de truenos e insomnio, hago míos los versos de Salmos (77:2-9), “Al Señor busqué el día de mi angustia; alzaba a Él mis manos de noche, sin descanso…” ¿Ya no tiene Dios misericordia de nosotros, los saltillenses; ha acabado perpetuamente su promesa?


Absolutamente no. Es cosa de hombres: un Alcalde y su corte, sus pajes, sus funcionarios y mozos de bacinica sin ideas ni trabajo; no es cosa de Dios. Informo entonces con dolor y agobio de una ciudad desahuciada, sitiada y devastada por tahúres y rufianes, los cuales hoy navegan en la opulencia de sus sueldos y en los bastimentos, los cuales en viáticos, son príncipes de gastos sin fin. Informo desde esta ciudad de Saltillo, hoy desvalijada. 

En aquellos días el aire de Saltillo era transparente, limpio, fresco. El viento templaba el carácter de los hombres y era bueno para la labranza, los frutos de la tierra y para la salud de los nativos. Cuenta el cronista, el bachiller Pedro Fuentes (1792), de días en los cuales “Saltillo… (Tiene) un delicioso jardín, no sólo de flores exquisitas y varias, ni sólo de legumbres y muchas y delicadas, sino de hermosas plantas que no sólo alegran con su vista, sino que también 
regalan con su fruto… (Todos) estaban con paz bajo de un gobierno el que repartía con equidad las tierras y aguas de la jurisdicción, estimulando a los labradores a la asistencia, continuación y cuidado de sus labranzas; haciendo lo mismo con las gentes de oficios: zapateros, sastres, herreros, carpinteros…”.


Los principales númenes jugaban del lado terreno. Abundantes cosechas daban cuenta del perón, la manzana, el membrillo, el tejocote, el durazno. Los naipes se barajaban y siempre caían del lado ganador. En aquellos días de sol y sombra, los edificios y calles de Saltillo eran asombro de viajeros y aristas, Edward Hopper lo dejó en varios lienzos para la eternidad. Eran otros tiempos, mejores días. Siempre han sido mejores tiempos y mejores días a éstos: 
miserables, ruines y obcecados, los cuales habitamos. 


Un crucificado y en Jerusalén, vino a enseñarnos el camino: la ruta de la verdad. Esta ruta no es fácil, por lo general conduce al cadalso. Del crucificado, Jesús el nazareno, y de su costado vivo y abierto, brotó sangre y agua (Juan 19.34). Aquí y del costado ardiente de las principales calles de Saltillo brota polvo, arena, inmundicia, corrupción, lastres y todo tipo de contaminación en un Ayuntamiento de manos manchadas. Sombra y agua. Este Valle de Saltillo, bajo el refugio del imponente y bello Cerro del Pueblo, es tan benigno y generoso desde siempre, por lo cual sombra y agua han sido nuestros blasones y cobijo. Luego vino el cincelar la piedra, hornear las baldosas, trazar calles, edificar templos y catedrales, moldear el adobe, darle voz al camino de la vida.


En aquellos días bucólicos, el pastor se entregaba a apacentar ovejas y cabras, vacas preñadas con otras vidas. El pastor, nosotros mismos en el origen y colonización de este Valle, se entregaba al cuidado del rebaño y a poner piedra sobre piedra en la edificación de casas, templos, calles y plazuelas. Pero, el trabajo de años de arduo esfuerzo y sudor, hoy es derruido. El ladrón, el mal gobernante, el mal pastor viene para “robar… y hacer estragos” (Juan. 10.10). A 
Isidro López Villarreal no le interesa la ciudad. Tiene dinero en abundancia, lo cual cuando se lo esquilman, ni hace caso; lo olvida. En el robo de FICREA perdió 6 millones de pesos. No se ha inmutado. Hoy, como el mal pastor, el salteador de las Escrituras ve las ovejas (Saltillo) como de su propiedad. Cree poseerlas. Aunque sí las aprovecha (los dineros). Eso cree. 


Epitafio


Su nombre, hoy gris, yermo e innoble, quedará atado por siempre a la inscripción en piedra de estas lamentaciones: Aquí yace políticamente Isidro López Villarreal, hizo de la ignorancia y el ocio su morada y túnica. Hizo de su aparente riqueza, la petulancia de lo amargo. Piloto el cual al tratar de ver lejos, no vio el naufragio de su nave. Cántese de boca en boca y jamás, jamás se olvide esta triste canción. Así sea.


http://www.zocalo.com.mx/seccion/articulo/lamentaciones-por-las-ruinas-de-saltillo-1440911800
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